Dinosaurios, delfines y otros músicos
De cómo edificamos nuestra cultura resulta aquello de lo que nos quejamos. Nuestro mundo musical ha acontecido en una suerte de escombros que como puzzle para expertos es necesario reordenar.
Vivimos los últimos estertores de la herencia del pasado y solo aquellos que ven que el paradigma ya no es el que nos ha servido de molde a través de nuestra educación y vivencia aportarán una algo nuevo, significativo y, sobre todo, algo con lo que sobrevivir.
Podemos, sin embargo, esperar que suceda lo que de otro modo no puede suceder. Es claro el efecto devastador de los sucesivos e insuficientes planes de estudios tanto en la enseñanza general como muy en particular en la musical. Podemos, incluso, mirar a otro lado. Es, de hecho, el que hacemos. Esperar que todo pase, esperar que otros lo arreglen. Pero no hay otros.
Quienes han redactado planes no habitan las aulas. Y no me refiero a cargos electos (o electos por los electos) sino aquellos supuestamente de nuestra parte -músicos, para más señas- que han dejado crecer raíces en los despachos y que se encuentran muy lejos de saber qué ocurre en el terreno de juego de la música.
Es, de hecho, el que hacemos. Esperar que todo pase, esperar que otros lo arreglen. Pero no hay otros.
Mientras tanto, impasibles, sus delfines sueñan olas propicias, mares en calma y caladeros donde hacer fortuna. Pero la música se resiente y ya, en nuestro país, se constata el declive de las décadas pasadas.
Los dinosaurios murieron pero no se extinguieron en nuestro hábitat musical. Están los descendentes de aquellos que bien han podido trazar nuevas rutas de comportamiento. Pero el poder es muy tentador y la falta de ética es fácil de argumentar para auto-convencerse que el mal menor acontece en beneficio para todos. Sabemos que no es cierto.
Quienes han redactado planes no habitan las aulas. Han dejado crecer raíces en los despachos y que se encuentran muy lejos de saber qué ocurre en el terreno de juego de la música.
La enseñanza musical es más que deficiente. Los gestos para mejorar el en el ámbito artístico, nimio. Los de antes van a la zaga. Los nuevos, confiados, han sofisticado las maneras de siempre. El resultado, uno cada vez más empobrecido mundo musical. Ya no somos espejo, cada vez -después de un boom efímero- exportamos menos talento y, esto no ha cambiado, importamos el talento justo, no vaya a ser que se nos vea el plumero.
Los de casa ya no cuentan si no son los de la auto-proclamada élite que manda. Y mientras tanto, quienes tiene valor (del musical y del personal) vuelan tan lejos como pueden mirando entre lágrimas hacia atrás vencidos por lo que ya no es posible en nuestra tierra.
Dejemos de escupir hacia arriba. Ya sabemos lo que pasa. Dejemos de quejarnos, porque los que nos representan (los otros músicos) no tienen nada de interés en que nada cambie. Los delfines, aprovechad porque seréis útiles mientras seáis mediocres.
Necesitamos nuevos héroes y heroínas que no acepten la ignominia. Que no se conformen y que confronten las ideas caducas. Que hagan frente común y sirvan de ejemplo para los quienes vienen detrás y a quienes estamos (están) dejando un panorama baldío donde el futuro está comprometido.
Los delfines, aprovechad porque seréis útiles mientras seáis mediocres.
La visión descrita puede ser apocalíptica. Sin embargo, atendiendo la etimología, Apocalipsis no significa destrucción y caos sino renacer y catarsis. Sabemos en manos de quienes no está el cambio. No es poca cosa para aferrarse a una posibilidad de redención, de cambio y de futuro para salvar mediante la esperanza y la proacción nuestro ecosistema musical
El poeta Joan Oliver (Pere Quart) lo dice mejor: „una esperança desfeta/ una recança infinita/ i una pàtria tan petita/ que la somio completa“.
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