El silencio de los corderos

Una nueva noticia salta a la palestra del requisito lingüístico. Es el caso del clarinetista de la Banda Municipal de Barcelona José Joaquín Sánchez tras 27 años ostentando el puesto que obtuvo por oposición y en cuyo proceso quedó en primer lugar. A priori, parece ser, que mal no tocaba y que este no puede haber sido la causa de su despido, lo que, a la sazón, habría constituido a la sazón la única excusa para prescindir de sus servicios.

Mientras los que aplauden afilan sus espadas redactando mentalmente su respuesta a este articulo, me adelanto para volver a manifestar mi más profundo amor a todas las lenguas y, muy especialmente al catalán que he elegido como lengua vehicular aunque, como se deduce de mi nombre y apellidos mi procedencia y educación ha sido castellana. Digo esto porque pareciera que cualquier consideración al desacuerdo sobre la necesidad de exigir una demostración empírica del uso de una lengua en cuyo entorno se realiza una actividad profesional no va en detrimento de la propia lengua sino de la ley que la ampara, en tanto que discriminatoria. Y no porque fomentar la lengua no se loable, bien al contrario es una absoluta obligación tanto política como social. No obstante, abogar por su normalización y uso no puede constituir un menoscabo de la profesionalidad, méritos y experiencia de, en este caso, un músico que ha consagrado su vida laboral a enriquecer la educación sentimental de tantos barceloneses desde su lugar en la Banda Municipal. 

Parece ser, que mal no tocaba y que este no puede haber sido la causa de su despido, lo que, a la sazón, habría constituido a la sazón la única excusa para prescindir de sus servicios.

A los expertos les corresponderá hacerse cargo de la realidad mediante campañas, hechos y constancias que estimulen el uso de las lenguas cooficiales de forma bidireccional o, en su defecto, hacia la lengua que por criterios sosegadamente consensuadas por los académicos más lo precise y bajo opiniones viscerales.

El hecho discriminatorio de no poder acceder o, peor, perder una opción laboral reside en la desigualdad de los usos de la ley que, en esencia, debiera garantizar la igualdad entre los ciudadanos y ciudadanas sin menoscabar la colectividad social que habitan. Solo los cobardes, diría Sartre, se cobijan bajo las normas.

Ley está para cumplirla pero también para cuestionarla. Esta ley impide que podamos contar con los más excelentes intérpretes sino que favorece que podamos contar solo con los mejores dentro de capacitados para usar una determinada lengua, como si el lenguaje de la música no fuese el esencialmente requerido. Entre opositar a una agrupación sin requisito lingüístico a otra que lo reclama nos perderemos grandes opciones de todos los rincones del mundo cuyo único objetivo es hablar con su instrumento.

Cabría preguntarse por las estrategias que se han llevado a cabo si el objetivo de que más personas lean, sientan, piensen y consuman una determinada lengua no se ha logrado. La imposición, otrora rechazada, no puede ser la vía. ¿El funcionario o funcionaria que ha superado un nivel de conocimiento exigido -en este caso, de catalán- consumen más libros, más cine y más teatro en -este caso- catalán? Ojalá así fuera, me retractaría de todas y cada una de mis palabras aquí escritas. También cabría preguntarse por el silencio de los compañeros y compañeras de José Joaquín, dando pábulo nuevamente a la tristemente falta de corporativismo en nuestro gremio. 

La música, en su afán de guardar la esencia de la belleza y propiciadora de catarsis emocionales, es -sin embargo- incapaz de ser representada por músicos comprometidos con el éxito ajeno y tan inclinados a aplaudir los fracasos. Por eso los progresos son escasos porque si entre el propio colectivo no hay una verdadera sensación de hábitat difícilmente lograremos que se nos considere aptos para ser loados desde afuera. Compartir y no compartir, he ahí la cuestión.

¿Dónde están las voces cómplices de José Joaquín? ¿Dónde está la manifestación pública de un equipo como debiera ser una Banda Municipal profesional? ¿Dónde, entonces, la profesionalidad? ¿Y la humanidad? ¿No tiene nada que decir su director titular? ¿De verdad creen que callar es una opción justa? Callar por un proceso actual nos obligará a hacerlo cada vez que exista un conflicto. Así, no hay progreso. No hay evolución. Solo mediocridad alimentada por la envidia.

Tanto el silencio que calla como el que oculta se debe a la mentira en tanto que trata de minimizar o, acaso, eliminar cualquier valor que José Joaquín pueda ostentar o haya podido aportar en sus 27 años en la banda. Cancelar una vida que ha contribuido a construir lo que hoy es la banda y truncar un proyecto de vida que afecta también a su familia.

El silencio crea cómplices y muy poca confianza. Que se cuiden todos los músicos de la Banda Municipal para no tener que requerir un apoyo, ni siquiera moral, ante un conflicto laboral. Hasta los cobardes y de poco ánimo son atrevidos e insolentes cuando son favorecidos, y se adelantan a ofender a los que valen más que ellos (Miguel de Cervantes dixit).

Juan F. Ballesteros
músico y escritor