Al plantear un futuro del mundo coral en nuestro país que se sustente en propuestas sólidas en el presente, nos encontramos con una realidad demoledora. Los coros españoles adolecen de una verdadera revolución que rompa la cristalización sistémica.
El tejido coral está cosido con los coros amateurs que hacen verdaderamente importante nuestro gremio. La línea entre estos coros y otros denominados profesionales no siempre es clara. A nadie se le escapa que de los mejores coros del país no se halla entre los profesionales siendo estos, acaso otra anomalía, los institucionales.
La tradición juega un papel fundamental en el desarrollo y ulterior fidelización y consideración social. Territorios como Euskadi y Catalunya son buena muestra de ello. El resto del territorio, salvo alguna honrosísima por escasa excepción, tenemos que conformarnos con disfrutar de la verdadera y profunda belleza coral a través de los coros que desde otros lares nos visitan en los magníficos concursos que producimos. En algo somos buenos.
A nadie se le escapa que de los mejores coros del país no se halla entre los profesionales siendo estos, acaso otra anomalía, los institucionales.
Debería ser suficiente como palanca hacia la acción la asistencia a dichos concursos. Ver qué hacen en otros lugares podría ser una buena excusa para explorar nuestras posibilidades puesto que el éxito de la tradición no es un recurso importable. No somos mejores por interpretar su repertorio, y ahora hablo explícitamente del entorno del Báltico.
Nuestros coros no son capaces de interpretar sus piezas con las exigencias de entonación real, expansión de las sonoridades sutiles y equilibrio armónico correcto. Nuestra aproximación no solo socava la posibilidad de alcanzar sus logros sino que desvirtúa la apreciación de lo que verdaderamente representa el hecho coral.
Podemos seguir interpretando la música del Báltico (término ampliable como metáfora de los logros excelentes de los coros pero no excluyente de otros repertorios). Nuestros compositores pueden seguir creando según aquellos cánones que, dicho sea de paso, están concebidos para su realidad, no para la nuestra.
Nuestros coros no son capaces de interpretar sus piezas con las exigencias de entonación real, expansión de las sonoridades sutiles y equilibrio armónico correcto.
Podemos seguir creyendo que por tener grandes concursos (tampoco somos los únicos) nuestro mundo coral está avanzando. Cada vez somos más pero no mejores. Los coros profesionales, por su parte, precisamente por su configuración institucional anteriormente mencionada, son cautivos de legislaciones y gestos asociados al funcionariado, pero nunca van a alcanzar la excelencia musical como de ellos se espera si los mecanismos no cambian.
Por lo tanto, la única vía de desarrollo posible antes de que nos conformemos con los logros alcanzados o, lo que sería mucho peor, llegar a creer que la excelencia es lo que hacemos, es la formación de los directores y directoras de nuestro país, asignatura más que pendiente y que ni conservatorios ni -mucho menos- cursos de fin de semana han contribuido ni contribuirán al verdadero cambio paradigmático que nuestro gremio precisa.
La sociedad, otrora garantizada con el fuelle público, está en otra dimensión. Todo bascula entre lo público y lo privado con tendencia a lo último.
Sin valorar qué sería más beneficioso, ardua tarea a tenor de los escasos logros públicos de nuestro histórico y con toda la prudencia y el recelo que se nos ha inculcado hacia lo privado y con razón en no pocos casos, resultaría de lo más estimulante aumentar nuestra capacidad crítica con la simple observación de la realidad.
Los coros -y sigo hablando del maravilloso mundo amateur- deben regularse bajo la forma jurídica de una asociación para lograr el beneplácito de la institución de turno que, en el mejor de los casos, otorga tarde, mal y -en ocasiones- nunca alguna dádiva.
Cualquier institución, ayuntamiento, diputación, etc. exige el asociacionismo para otorgar un mínimo de atención mientras que todas las demás áreas de sus diferentes departamentos son subcontratas de empresas. Huelga decir que empresas que no son asociaciones como las nuestras.
Pero como reza el refrán, quien calla otorga. Y mientas desde nuestras asociaciones sigamos aceptando como moneda de cambio este trato desequilibrado con la realidad del mercado, seremos parte y, por tanto, responsables de que nuestro mundo coral siga en los arrabales del pensamiento social.
Los directores y directoras, por tanto, no tienen un acceso real a la formación que les permita que desde el coro más social, menos mediático, menos ambicioso, se edifique un futuro a través del conocimiento de sus líderes musicales.
Los coros amateur beta, tienden en el mejor de los casos a la desaparición y solo los amateur pro, los menos, ofrecen un contexto sonoro disuasoria de la realidad en términos de belleza suprema del sonido y de sus contornos. Nos hemos acostumbrado, tristemente, a una sonoridad y la hemos dotado del concepto belleza aun siendo insuficiente.
Podemos seguir ignorando la realidad, peor sería conveniente poner en tela de juicio nuestras percepciones. Si escuchamos a los grandes coros en los certámenes de nuestros país, si tenemos acceso a grabaciones de los mejores coros del mundo, … a menos que hayamos perdido la capacidad de discernir la realidad, ¿de verdad no nos damos cuenta de estamos lejos de esos logros? La respuesta, ciertamente, da un poco de miedo.
Nos hemos acostumbrado, tristemente, a una sonoridad y la hemos dotado del concepto belleza aun siendo insuficiente.
Formación como única solución. Cursos especializados para todos y cada uno de los niveles de nuestros coros y directores y directoras. Cursos de alto rendimiento para los directores profesionales. Y, sobre todo, abrir las puertas de las opciones para no merodear los mismos contornos, el mismo profesorado, las mismas formas de enseñar que, visto lo visto, tampoco nos han llevado muy lejos.
Este artículo se puede leer con ojos pesimistas pero quien lo escribe, pulsa cada letra con esperanza y con el sueño de que un mundo coral en nuestro país sí que es posible. La pregunta es ¿lo crees tú?
Juan F. Ballesteros
músico y escritor