ENSEÑAR O ENGAÑAR

La esencia discursiva y sensitiva de un director o directora se forja en la praxis instrumental. Incluyo el canto con una de las principales con más obviedad cuando de dirigir un coro se trata. No son pocos los directores y directoras que jamás han ejercido práctica activa con un instrumento. No han edificado una identidad estética con la subyacente exigencia de configurar un repertorio. Jamás han tenido que confrontarse de cara al público desde la comodidad de darles la espalda. Estos directores y directoras dan resultados escasos.

En tales casos se ve muy claramente la carencia a través de interpretaciones absolutamente estandarizadas. Tanto si dirigen un motete de Bach, una cantata de Mendelssohn o el último hit del báltico. Su música siempre tendrá el mismo relieve, la misma textura y, resulta curioso, el mismo tempo.

A estos directores y directoras les defino como impostores que se apoyan en teorías pedagógicas que salvaguardan sus limitaciones a la hora de ostentar un criterio interpretativo.  Cualquier gran director de la historia, me atrevo a decir que sin excepción, ha ejercido una actividad instrumental en algún nivel expositivo. Incluso, no son pocos, los que jamás han impartido clase alguna que -al menos- les posibilite una visión periférica de la enseñanza en alguna de sus vertientes.

Pero como no es malo lo malo, dado que lo malo a nadie puede engañar sino que, por el contrario, es malo lo mediocre porque puede parecer bueno, el problema adquiere tintes dramáticos cuando son estos directores y directoras los que se dedican a enseñar a dirigir.

Jamás han tenido que confrontarse de cara al público y en desde la comodidad de darles la espalda. Estos directores y directoras dan resultados escasos.

Enseñar a dirigir sin una praxis instrumental como bagaje es limitar el aprendizaje de la sensibilidad objetiva y untada de subjetivo gusto personal, limitar el conocimiento profundo de la partitura en todos sus parámetros, minimizar la argumentación gestual basada en la experiencia profesional y profesionalizada habiendo habitado solamente los cauces escasos del amateurismo (por muy pro que éste sea), y -sobre todo- poner en duda lo que se desconoce desautorizando a las voces expertas que, por no hacer ruido ni ostentoso su conocimiento, prefieren callar y hacer su trabajo allí donde es valorado.

Estos directores y directoras labran su presente mediante el veto, la cancelación y  la negación, dado que no tienen otro argumentario que les abra las puertas a la reflexión de sus carencias y que, si fueran honrados y respetuosos con el arte sonoro,  abandonarían todo conato de seguir limitando las aspiraciones de los demás.

La buena noticia es que el potencial alumnado está cada vez más habituado a la reflexión, tiene un criterio porque proviene del mundo instrumental (incluyo -no me canso- la voz) y, por lo tanto, sabe que la pedagogía sin contexto práctico es lo mismo que la poesía sin experiencia vital.

Cualquier gran director de la historia, me atrevo a decir que sin excepción, ha ejercido una actividad instrumental en algún nivel expositivo.

Nuestro lado del mundo es fecundo en esta realidad donde se confunde la forma y el fondo. Tendremos muchos directores y directoras que tendrán maravillosos planos fotográficos y excitantes tomas de video para poder compartir en sus perfiles de Facebook, Instagram, etc… tendremos muchos directores y directoras que ostentarán plásticas coreografías gestuales vacías, pero serán muy pocos los que nos emocionarán cuando atendamos solamente a su sonido. En estos está mi esperanza.

Juan F. Ballesteros
músico y escritor