Encuentros en la 3ª Fase
Conviene revisar con frecuencia los propósitos ante la inminencia de su cumplimiento puesto que, cuanto menos, pueden ponerse en marcha desprevenidamente o, cuanto más, haber sido superados por otros más propicios.
Es lo que pasa en el mundo coral que, eminentemente, es vocacional, amateur (de amadores), a pesar de que los sueños de algunos directores navegan por una profesionalidad ora fingida ora irreal. Nuestro hábitat es el maravilloso mundo amateur, aunque tan sufrido y estigmatizado socialmente.
Siendo así, la vocación de compartir música supera en el instrumento-coro la expectativas de otros orgánicos, simplemente porque la reproducción del sonido pertenece exclusivamente al concurso del cuerpo (del ser) donde la vivencia emocional, por consiguiente, ostenta el summum de la experiencia estética musical.
No obstante lo anteriormente dicho, esta experiencia es en esencia subsidiaria de la comunión entre cantores. El coro, como foro social, subsiste por la cooperación de la comunidad de cantantes. Los ensayos, con sus momentos previos, las pausas compartidas, los viajes, las comidas fraternales, los éxitos (sea lo que sea el éxito) y los fracasos (sea lo que sea el fracaso) y, por supuesto, compartir con nuestro público el trabajo realizado con tesón durante semanas, meses e incluso años.
Conviene revisar con frecuencia los propósitos ante la inminencia de su cumplimiento
Un coro no se dirige. Un coro se construye, se esculpe en su estructura social, se tejen sus emociones, se explora su sonido. Dirigir un coro es una búsqueda constante de la belleza. Dirigir un coro no es conformarse con un sonido precario, no es activarlo con la participación escasa de sus miembros, no es exponerlo a un vacío existencial, efímero y contrario a los propios principios de la acústica y de la estética (si no son la misma cosa).
Cualquier intento de de evocar los momentos mágicos de la experiencia coral caerán en una insuficiencia letal. No se duda de la buena intención, pero cuesta entender el objetivo último de la tendencia al mundo virtual.
Un ensayo con diez personas, no es un ensayo. Un cantor que canta mientras el resto tiene muteado el volumen, no es un trabajo de concertación. Un director dirigiendo al aire, no es un conductor del sonido…Si a todo ello le quitamos, además el elemento sustancial de la motivación social de compartir momentos, ¿qué nos queda? Toda vez que solo un porcentaje pequeño está asistiendo a estas clases on line estamos fomentado, acaso, un formato disuasorio de coro.
La alternativa, no es halagüeña, lo admito. Pero esperar a que vuelva el momento de compartir físicamente el espacio y el sonido puede ser una alternativa tan digna como cualquier otra.
Cualquier intento de de evocar los momentos mágicos de la experiencia coral caerán en una insuficiencia letal.
Aún así, algunos coros ya han vuelto a los ensayos presenciales, en pequeños grupos, enmascarados y sin valorar las consecuencias que puedan derivarse de apresurarse. Si no podemos estar todos, ¿realmente merece la pena? Me produce cierta zozobra y, por qué no decirlo, tristeza pensar en un ensayo coral sin expresión facial y un riesgo que, hasta ahora, no parece que nadie vaya a asumir ante una eventual enfermedad sobrevenida.
Quizás, es momento de recordar lo vivido y soñar en repetirlo lo antes posible, puesto que mediante el uso abusivo de la tecnología en ensayos diezmados y audiciones corales con un sonido irreal, quizás, estamos quebrando poco a poco la magia que todos y todas ansiamos.
No acostumbremos al público a estas experiencias sonoras. No disuadamos al público advenedizo. No pongamos nuestro ego por delante la la música.
Entre los encuentros en la 3ª fase y una fase donde no falten terceros #YoMeEspero
Juan F. Ballesteros
músico y escritor (afectado)
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