Ibiza: sociología y música
No tengo ideología, tengo biblioteca, Arturo Pérez-Reverte dixit. Esta frase bien resume la gestión de los acontecimientos que en el ámbito de la música acaecen en nuestro país en general y en Ibiza en particular desde hace ya demasiado tiempo, esto es, la falta de empatía con el conocimiento y el uso indiscriminado de la información sin reflexión.
Quizás el mundo, nuestro mundo, crece en información, esa madeja que elaboramos para no enfrentarnos con el conocimiento sustentado en la verdad, esa quimera. La buena noticia, no obstante, es que la información sin filtros caduca al instante y lo que perdura es el conocimiento, para quien lo quiera conservar.
Ibiza es un ejemplo paradigmático en lo que se refiere a la información que sobre la isla exportamos: los excesos del verano, personajes de difícil definición, etc. pueblan los informativos nacionales. Rara vez Ibiza es tomado como modelo ejemplarizante de una noticia, pongamos por caso, de los avances en materia cultural y, por extensión, musical.
Que tengamos dos premios Loewe de poesía, músicos brillantes tocando por el mundo, artistas plásticos de referencia… no parece trascendente. Que la producción de música clásica de calado tenga cada vez más presencia, tampoco.
Pertenecer a una sociedad que no empatiza con el éxito ajeno tiene sus concomitancias con el eco mediático del mismo. Pocas profesiones son menos corporativas que la música, lo que se da de bruces con la sustancia que la conforma: la emoción y la catarsis. Y aquí tenemos el primer desafío como músicos que convivimos en un espacio geográficamente limitado.
Cualquier músico aprecia el valor educativo, de desarrollo y de mejora de los valores de una sociedad pero trasladar esos valores al propio gremio se ha convertido en una heroicidad.
Comprometerse con el arte sonoro no es tan solo ejercer con profesionalidad sino evitar que esta aptitud no se sustente sobre la envidia y el veto entre los propios músicos. El corazón no puede amar y odiar al mismo tiempo. Así que cabría autodefinirse y autoposicionarse ante la actividad musical de terceros.
Nada de lo que soñamos como músicos será posible si negamos lo que otros son capaces de construir. En este sentido, no tiene ningún sentido una crítica sin criterio. ¿Debemos admitir una crítica aun constructiva por parte de quien nunca ha construido nada? ¿consejo de quienes han sido domesticados?
En el lado opuesto de la balanza (opuesto en tanto que complementario) se halla la acción política tan criticada desde las posiciones musicales improductivas y desde la ideología (con biblioteca o no) interesada. ¿Hay que exigir a la acción política responsabilidad sobre el devenir musical en Ibiza? ¿son nuestros políticos los culpables de aquello que manifiestamente debe mejorar en el mundo musical de la isla?
Las respuestas automáticas pueden llevarnos a callejones sin salida toda vez que exigiría incómodos argumentos y, sobre todo, frecuentar la autocrítica. Dicho de otro modo, personalmente no apoyo la tesis de la respuesta automática puesto que el buen uso de la vida musical y la correcta gestión de los recursos con los que cuenta, corresponde única y exclusivamente a los músicos.
No crea el lector que defiendo la política cultural de este país: desde 1857 ha habido 7 planes de estudios, 5 desde 1980. Las consecuencias están a la vista. Lo único que intento exponer es que la responsabilidad de mis resultados no depende de otros sino de mi esfuerzo y compromiso con la calidad. Tampoco quiero que sea de otro modo.
Una vez que la acción política devuelve parte de nuestros impuestos a través de subvenciones, esponsorización, apoyo institucional, partidas presupuestarias, contrataciones,… a un ente musical, corresponde a éste hacer un buen uso de los recursos, fomentar las buenas prácticas musicales y humanas y establecer prioridades de crecimiento en el ámbito personal, académico, pedagógico y artístico. En una palabra, merecer la ayuda institucional.
Un Concejal, Conseller, Delegado Provincial, Inspector, Ministro… no está presente en un ensayo de un coro, orquesta o banda bajo la tutela administrativa, ni en un aula donde se imparten enseñanzas musicales. No hay ejemplos de cargos que se dediquen a asistir a los directores musicales en sus quehaceres.
Por lo tanto, ¿qué responsabilidad ostenta cada parte? ¿estamos los músicos exentos de responsabilidad? ¿qué hemos hecho, qué hacemos para seguir siendo un colectivo instalado en la improductiva queja? ¿nos mostramos con la profesionalidad, humanidad, educación e imagen correctas? ¿deberíamos prever la interacción política adelantándonos en la resolución de conflictos? ¿hacemos todo lo posible para favorecer un clima adecuado para el funcionamiento musical en Ibiza?
Debemos exigir a los políticos su implicación en el crecimiento de la música en Ibiza siendo como es que esta pequeña pero gran isla del Mediterráneo cuenta con un número creciente de músicos excelentes. Pero nosotros, no podemos seguir señalando a los que ponen los medios (sí, cierto…debemos exigir más) mientras entre nosotros no somos capaces de crear vínculos de empatía y de colaboración para fomentar un verdadero sector musical productivo.
Del lado de los sonidos de impacto mediático lo han conseguido, ¿por qué no una verdadera profesionalización del arte sonoro?
Es el momento de pasar de la sorpresa a la reflexión por cuanto acontece. Hacernos la pregunta honesta y sincera de hasta dónde hemos intervenido en aquello que nos sucede. Primero, mostremos. Después exijamos. Por último, seamos consecuentes con los resultados.
Mi deseo para 2020 es que los músicos de Ibiza tengamos la capacidad de compartir y dejar de competir y que la queja no sea la moneda con la que transaccionamos nuestro arte.
Juan F. Ballesteros
músico y escritor
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