Una de las estrellas más rutilantes de la dirección de orquesta mediática percibe del orden de un millón de euros por concierto. Seguramente, este dato puede hacer que las personas ajenas al mundo de la música se lleven las manos a la cabeza. No obstante, lo preocupante no es esto. Lo es que muchos músicos también lo hacen.
La cotización de los músicos sigue siendo un tema controvertido, toda vez que se nos sigue situando (y, en parte, porque lo aceptamos) entre los límites perceptivos del entretenimiento. Nadie duda del posicionamiento de una figura de la música de impacto mediático en términos de salario económico, como tampoco de su realización personal en términos de salario emocional.
En la órbita de la música de evolución clásica sigue siendo una especie de tabú hablar de una cotización al alza ya que nuestro salario emocional debiera compensar con creces cualquier otra consideración materialista. Esto ocurre muy especialmente en el mundo musical de proximidad (los coros vocacionales) donde los directores de coro no salen, precisamente, bien parados.
Todavía existe en el pensamiento coral colectivo que un director de coro se realiza tan solo ejerciendo su labor musical sin atributos crematísticos que lo sustenten. En nuestro país, y salvo tan honrosas como escasas excepciones, los directores nos hemos formado de una manera muy precaria y ello ha conllevado ciertos tics que en poco o nada nos han beneficiado.
Todavía hoy son numerosos los conservatorios (¿por qué no “progresatorios”?) y centros especializados de música cuyos catedráticos y profesores de dirección coral jamás dirigieron un coro como titulares y, muy esporádicamente (en algunos casos, nunca), como tangenciales invitados. Desde este prisma, hemos emergido en un caldo empobrecido que, obviamente, ha tenido una repercusión apreciativa en la sociedad colindante.
En honor a la verdad, cabe decir que los directores hemos tenido que (re) formarnos fuera de nuestro país una vez concluidos los estudios reglados . Por tanto, la aceptación de trabajos de supervivencia en unos casos, experienciales en otros, nos hay llevado por una deriva en cuanto al posicionamiento que los directores de coro tenemos, incluso, entre la comunidad musical en general.
Esta es una parte de la realidad: los directores, carentes de instrumento físico diario como sucedía en nuestro estudio en la especialidad instrumental, hemos tenido que construir nuestra marca personal artística desde los sótanos de la actividad sonora en una espiral viciosa de la que muchos no han logrado emerger.
Esta etapa de la formación activa del director se ha correspondido en la mayoría de los casos con la moneda del agradecimiento y bondades emocionales, absolutamente necesarias pero poco nutritivas. Quienes han superado esta etapa, se han visto en la tesitura de tener que justificar continuamente la obviedad de la transacción económica. Los más valientes, reivindicando y no trabajando por menos de lo mínimamente digno. Otros, sucumbiendo a la única realidad alcanzable.
¿Qué hemos podido hacer mejor los directores a la hora de validar nuestro trabajo a través de un salario económico y no solamente emocional? ¿Hasta qué punto somos responsables de que todavía hoy haya directores y directoras de coro que no perciben remuneración alguna por un trabajo tan especializado?
Huelga decir que los advenedizos sin formación que gozan del permiso de dirigir tan solo porque no perciben un salario socavan de una manera terrible las posibilidades de redención de un colectivo profesional. ¿Cuánto vale un director? ¿Quién lo decide? ¿Deben todos percibir lo mismo? ¿Qué papel juega el valor frene al precio?
Toda queja que se precie, para ser justos, debe tener una concomitante lectura de autocrítica. En este sentido cabría preguntarse si la transacción entre el valor que un director ofrece a un coro y la respuesta económica subsidiaria se hallan en un perfecto equilibrio.Un coro de proximidad requerirá un director altamente cualificado para sostener, emancipar y hacer crecer al colectivo. La excusa de que un coro modesto tiene suficiente con un director de la misma categoría no se sostiene.
¿Son los directores conscientes de su posición dentro de un colectivo socio-musical? ¿Están ofreciendo aquello que les permita exigir un sueldo que justifique su trabajo en términos de producción? ¿Con qué parámetros se mide la relación contractual de un director en relación al producto artístico consiguiente? ¿Son los directores que tienen a su cargo o tutela jóvenes aspirantes, ayudantes, subdirectores, … lo suficientemente generosos y justos de acuerdo con el trabajo que realizan? ¿Estamos, en fin, estimulando cada uno desde nuestra posición una atmósfera propicia para alinear el precio y el valor de un director de coro?
En una economía de mercado, el precio de un producto o servicio no solo depende de la oferta frente a la demanda. El precio de un producto o servicio, en última instancia, depende de lo que un consumidor esté dispuesto a pagar por él.
Como directores, deberíamos tener muy claro cuál es el valor que aportamos a un coro y ser capaces de transmitírselo ante una eventual contratación. Los coros, como entidades (públicas o privadas) debieran acostumbrarse a que tener un buen director a un precio alto para que el coro tuviese un verdadero valor.
Un coro de proximidad requerirá un director altamente cualificado para sostener, emancipar y hacer crecer al colectivo.
Además, debería instaurarse como práctica habitual y generalizada la figura del subdirector (que no, jefe de cuerda que hace las veces de director sustituto) remunerado, de manera que la formación post conservatorio de los aspirantes a directores puedan ser valorados desde sus inicios.
Los resultados en el corto plazo no tardarán en ser evidentes: un mundo coral más cualificado. Los directores valorados y los coros con más posibilidades de revalorizar su servicio como consecuencia de una mayor cota de resultados musicales y, por tanto, facturables.
Acepto el argumento de que no todos los coros podrían hacerse cargo pero, de entrada, estoy convencido de que son más los que podrían que los que no. Algo debe estar ocurriendo para que no nos detengamos a pensar si el precio final nos lo están imponiendo o lo estamos condicionando con nuestra actitud pasiva y, por tanto, lesiva para un colectivo.
¿Son los directores que tienen a su cargo o tutela jóvenes aspirantes, ayudantes, subdirectores, … lo suficientemente generosos y justos de acuerdo con el trabajo que realizan?
El valor, es el elemento diferenciador. ¿Qué valor aportamos? Y, sobre todo, qué estamos dispuestos a aceptar bajo los parámetros de nuestro valor. Me viene a la memoria una curiosa anécdota:
En una ocasión, un músico recibió una llamada de un empresario para realizar un recital de una hora de duración en uno de sus hoteles. El músico solicitó mil euros por sus servicios. El empresario, espantado, exigió un desglose del precio en sus conceptos, dado que no podía entender que una actuación de una hora tuviera ese coste. El músico, por su parte, le envío una factura detallada de sus servicios, a saber: concepto uno, interpretar durante una hora, cincuenta euros; concepto dos, saber qué interpretar durante una hora, novecientos cincuenta euros.
Juan F. Ballesteros
músico y escritor (afectado)