Rhodes el Fenómeno

Antes de la llegada de James Rhodes a España no sabíamos nada de Chopin, Bach o Brahms. Incluso, el maltrato infantil no existía. Ha tenido que llegar el mesías para iluminarnos.  Más allá de la ironía y el sarcasmo, la realidad dice muy poco del tejido sociocultural de nuestro país.

James Rhodes es pianista pero no un buen pianista. Cualquier joven en la fase final de sus estudios tiene una capacidad técnica e interpretativa muy superior. Para erigirse como una figura del teclado después de Claudio Arrau, Arturo Benedetti Michelangeli, Glenn Gould y tanto otros hay que ser muy bueno… o muy osado.

La música clásica (para entendernos, el término no define bien) existía antes de que Rhodes tropezara por las teclas de su piano. Que haya contribuido a que el gran público (sea lo que signifique gran público) se acerque a los clásicos es tan intrascendente como que aumente la afiliación a la última serie de Netflix. El nuevo público no se acerca a los grandes compositores de la historia sino a un relato, a una estética que rompe con el estandard habitual (en realidad, falta hace) y a un acercamiento más visceral que racional.

La atribución de roles no es unidireccional. El público, arrastrado por la crítica (ese gran ente) ha comprado la marca Rhodes con la moneda de la compasión. Leer su libro Instrumental (Blackie Books, 2015) estremece, excava en la conciencia con un hálito de dolor, de rabia.

Como padre me costó su lectura por su dureza y lo valoro, por tanto, como imprescindible por poner en liza el dolor de manera edificante y redentora y, como no, con afán de denuncia y constatación de la realidad. Como músico lamento su sucedido, pero no justifica haber sido llevado a los altares de la música.

Es un insulto a la música, a la cultura y a la inteligencia más elemental que James Rhodes haya sido elegido por el gobierno español como estandarte para su Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia de la Economía Española. Es falaz que mientras los últimos siete meses el ministro de cultura haya estado desaparecido, miles de músicos estén en ERTE en el mejor de los casos y, en los peores, vigilando su marginalidad, se manosee el arte, se pervierta el mensaje  de Beethoven como revolucionario que contribuyó a la construcción intelectual de Europa y se pase por encima de los músicos que en este país han contribuido anualmente con su trabajo al 3% del PIB. 

Habría aplaudido que a ese evento hubiese acudido como músico invitado alguno de los pianistas que lleva meses sin facturar o al alumno de piano -por qué no- con mejor expediente académico o -mejor aún- que no hubiese ido nadie y constatar así la nula importancia que para nuestro gobierno tiene la cultura. La oposición, por su parte, ajena a la cultura guarda silencio.

No podemos seguir dejando en manos de las instituciones nuestro valor como artistas. Creamos y creemos en el valor que está en nosotros y no en la subvención puntual, arbitraria e insuficiente que algunos esperan como el maná. Decidamos de una vez por todas que la revolución cultural está por hacer.

Cada uno de nosotros contiene el potencial creador de ofrecer alternativas, de no esperar el aplauso del pagador. Nosotros tenemos al público. Exploremos nuevos métodos de difusión y constituyámonos en nuestros propios ministros de educación.

El arte ha llegado debilitado a esta crisis por la indolencia. Ahora que duele, cambiemos. Y Rhodes, que se lo queden ellos.

Juan F. Ballesteros
músico y escritor

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