Silencio

La música es nuestra vida. No solamente porque a los músicos nos proporciona un salario económico, sino -sobre todo- porque lo hace también en forma de salario emocional.

Para cualquier ser humano la música tiene un componente sensitivo que va más allá de lo puramente epidérmico, banal o coyuntural. Nuestra vida está rodeada de sonidos con los que de una forma u otra nos sentimos reconfortados y, porqué no decirlo, recompensados.

La música nos abastece como ningún otro arte de elementos emocionales y también puramente intelectuales, acaso los dos polos sobre los que nuestra psique se sostiene.

Si a la vida ha de atribuírsele un sentido, quizás -y reconozco mi parcialidad- este es el de ser conscientes de la crucial importancia de la música.

Los músicos debiéramos sentirnos en gracia por el privilegio de convivir con el arte sonoro, sentir su impulso motor en nuestros sueños, compartir las pasiones con nuestro público pero también vivir el sonido desde la más prístina intimidad.

Hay momentos en los que la música nos propone un campo de infinitas posibilidades para combatir la soledad, la zozobra emocional, pero también para erigir un monumento a la gratitud ante la dicha sublime de la vida.

Ahora, en estos momentos de gran dificultad, de vértigo sociológico, de horizontes inciertos, la música tiene ese balsámico poder de ponernos enfrente un espejo donde contemplar nuestra posición en un universo con nuevos paradigmas.

Más que nunca la solidaridad debe hacerse sólida a través del compromiso social y de esta extraña y ajena convivencia a distancia. Pero también es momento de introspección, de reflexión, de capacitar a nuestros sentidos del hálito de la lentitud, tan poco transitado a causa de una vida que no tiene tiempo de comprender y, por tanto, disfrutar del paisaje.

Quizás también es momento de repensar si los medios que hemos creado para compartir la vida son suficientes y hasta qué punto podemos echar de menos el contacto humano físico.

Aún así, estos medios sociales nos permiten seguir conectados de una manera importante con el mundo y a través de ellos muchos músicos siguen su actividad mostrando, ofreciendo o vendiendo su producto musical para aliviar el confinamiento.

¿Es el momento de vendernos como músicos? ¿sería mejor aliviar el paisaje mediático dejando que cada cual consuma música en su intimidad? ¿acaso los músicos no deberíamos loar el sonido del silencio y permitir la reflexión serena? ¿nos estará pidiendo la vida parar un momento?¿en qué punto reside nuestra esencialidad?

Hemos estado defendiendo demasiadas veces la suprema delicia de los conciertos en directo, del ambiente y alma que suscitan las vibraciones presenciales de un concierto en vivo para mostrarnos ahora en pírricos videos caseros sólo para mantener un cota de presencialidad. Quizás tengamos una oportunidad de defender nuestra profesionalidad de una manera absolutamente radical.

No, ahora no somos esenciales. Ahora la música ha de reducirse a la intimidad.

El mundo ya no es ni será igual. Entonces, cuando volvamos a emerger será cuando la música será más esencial que nunca. Mientras tanto, la música del silencio es una emocionante opción.

Juan F. Ballesteros
músico y escritor

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