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La agógica en la urdimbre

Conceptualmente, denominamos agógica a la velocidad o tempo con que una obra o fragmento musical debe ser interpretada según indicación expresa del compositor o -en su defecto- a expensas del natural discurso y retórica de una determinada época histórica.

Más allá de la indicación técnica se halla implícita una connotación relativa al microtempo, esto es, lo que sucede en un instante sin apariencia lógica del discurso sonoro. Dicho de otro modo, de las fluctuaciones  del tempo en momentos determinados dentro del macrotempo que alude a lo general o más patente en cuanto a la velocidad de la música.

En un sentido todavía más concreto y preciso, la agógica determina un elemento poético conferido al hecho artístico de la música; ese “algo peculiar” o “la cosa en sí” nietzscheriano que contiene la esencia de la emoción y conmoción vehicular del arte.

La música ve transformar silenciosamente su tempo cuanto más emoción contiene, sin significar ello un uso inadecuado de su retórica. En la urdimbre del universo sonoro, sin embargo, el artista intérprete traduce las pautas del compositor supeditadas a la emoción siendo ésta no el fin en sí sino su voluntad como herramienta trascendente que desafía la inteligencia del oyente. 

La presión arterial o el ritmo cardiaco se alteran con la experiencia vibratoria de la música. La fluctuación del tempo por el uso coherente de la agógica apela directamente a la emoción en tanto que procesos bioquímicos, y  modelan los estados de ánimo por la acción exógena de la música. 

Entiéndase el término ánimo apoyado en su origen etimológico: del indoeuropeo an(u), respirar y del griego anemos, viento, es decir, lo que mediante la respiración y su alteración propiciada por los elementos rítmicos contratantes dentro de un todo musical repercute en el batir y flujo arterial. 

La conclusión obvia alude a la importancia capital del “uso” sensato de la música en tanto que carente de arbitrariedad y basado en el conocimiento real su discurso en la interpretación una vez se conocen los códigos que abren la puerta de emoción indeleble. 

¿Acaso no es una desviación del macrotempo la precipitación en el ataque del arco sobre la cuerda? ¿O el imperceptible retraso en coordinar el contrapeso de los vientos con el impacto de la columna de aire? La interpretación, en tanto que humana, no puede disociarse del microtempo. Solo las máquinas carentes de logos pueden reproducir la música sin, sin alma.

Cada vez más las máquinas sirven de base para la interpretación inerte y por tanto banal en forma de sonidos de impacto mediático o de consumo masivo constriñéndola a un proceso constructivo moldeando y dirigiendo una baja emoción estandarizada por la facilidad en su aprehensión.  Si se anula la agógica se niega la música.

Juan F. Ballesteros
músico y escritor

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