El aula y el escenario o la dualidad del ser
Mientas se cierne sobre el horizonte y se alza entre las nubes de a más alta expectativa una nueva legislación que afectará (a ver en cuántas de las acepciones del término) a todo tipo de músicos, valorar las consecuencias puede ser tan solo un ejercicio de onanismo intelectual poco útil pero, en cualquier caso, la reflexión y el pensamiento sobre nuestra profesión nunca está de más.
Parece ser que se aliviará la ardua tarea de pedir permisos para la realización de conciertos y eso, en sí mismo, ya es bueno. La libertad de elección y las propias reglas del mercado marcarán, no obstante, quiénes habitarán los escenarios.
¿Estaremos ante una asunción de una nueva realidad cualitativa? ¿Habrá una competencia económica entre quienes tienen el sustento garantizado y optan por la actividad artística como complemento o apertura de nuevas rutas vitales y quienes ya vienen ejerciendo a tiempo completo como artistas de concierto?
Las preguntas pueden incomodar pero seguramente no tanto con las respuestas que, por diversas, pueden dar -acaso- una tenue luz más alimentada por la poética que por la pragmática, tan necesaria esta en nuestro universo musical.
El derecho a acceder de manera parcial o eventual a ámbito artístico por parte de quienes hasta ahora han optado como alternativa plausible por las aulas, se sobreentiende. No solo eso, sino que en aras de una libertad absoluta, ha de fomentarse. No obstante, habrá que analizar y valorar la realidad paralela que supone el gremio de músicos que se dedican en cuerpo y alma a los escenarios asumiendo los vaivenes sociales que crean brechas y quiebras en la continuidad de una acción artística.
¿Estaremos ante una asunción de una nueva realidad cualitativa? ¿Habrá una competencia económica entre quienes tienen el sustento garantizado y optan por la actividad artística como complemento o apertura de nuevas rutas vitales y quienes ya vienen ejerciendo a tiempo completo como artistas de concierto?
La calidad de las propuestas y proyectos musicales, ¿podrían verse afectadas? ¿Podemos esperar el mismo resultado de quien prepara sus conciertos como única actividad vital que de quienes lo harán de una manera parcial? Quién sabe. Pero, al menos, cabría esperar una respuesta serena y lúcida de quienes accederán a esta opción desde la docencia.
Del otro lado, ¿se verá debilitada la acción docente en el tramo vital que se ocupe al aula o, como se afirma habitualmente, el alumnado verá ampliada su visión académica con un profesorado musical que pisa las tablas del escenario?
En cualquier caso, cabría esperar tan solo una autogestión del talento, una autocrítica continuada y edificante y, sobre todo, objetividad a la hora de usar la música. La enseñanza es una profesión sagrada que solo deberían ejercer quienes se mueven por l pasión.
Así mismo, el escenario, más allá del alimento que otorga al lustre del ego y al bolsillo, debería estar habitado tan solo por quienes pueden darlo todo para cambiar los paradigmas sociales sobre la cultura generando una catarsis existencial en cada una de sus representaciones públicas.
El derecho a acceder de manera parcial o eventual a ámbito artístico por parte de quienes hasta ahora han optado como alternativa plausible por las aulas, se sobreentiende. […] Habrá que analizar y valorar la realidad paralela que supone el gremio de músicos que se dedican en cuerpo y alma a los escenarios asumiendo los vaivenes sociales que crean brechas y quiebras en la continuidad de una acción artística.
Nadie que no ame enseñar tendría derecho a una plaza docente. Nadie que no esté dispuesto a cambiar el mundo, por su parte, lo tendría para exponerse en un escenario. Por un mundo educativo y artístico musical mejorado, esperamos que el músico (docente o artista) no entregue un mísero cincuenta por ciento a cada área.
Juan F. Ballesteros
músico y escritor