A propósito de Thielemann
Cada inicio de año las redes arden con los comentarios acerca de la interpretación del director de la Wiener Philharmoniker en el celebrado concierto de año nuevo. Para muchas personas es el único acercamiento anual al sinfonismo. Para otros, la única oportunidad de ver un concierto en la televisión pública sin que las ganas de apagar la televisión a los cinco minutos, como ocurre cada sábado y cada domingo a las ocho de la mañana, nos venza.
Que se opine de música en las redes sociales ya es todo un hito pero lamentablemente habitamos el momento histórico de la no-noticia, donde lo intrascendente adquiere rango de categoría y lo verdaderamente importante se sofoca en las ruinas del pensamiento crítico, otrora vital, ahora prescindible.
Noticia sería ¡en 2024! que el concierto lo dirigiese una directora. Noticia sería que lo dirigiese un español (parece improbable en las próxima década). Noticia sería que la música fuese la protagonista. Pero no parece ser así. La no-noticia se balancea nuevamente entre la reiteración y la impostura. Hordas de directores sin más horizonte que la banda de su pueblo ejercen de comentaristas circunstanciales para calificar, siempre en negativo, al director de turno.
Que se opine de música en las redes sociales ya es todo un hito pero lamentablemente habitamos el momento histórico de la no-noticia, donde lo intrascendente adquiere rango de categoría
Poco debería importar la animadversión que nos produzca la imagen de tal o cual director o directora. Bajo que configuración psico-morfológica nos ubicamos para reconocer como amenaza aquello que no conocemos. Nada debiera interesar si, más allá del gusto personal que -dicho sea de paso- a quién le puede interesar, si al bueno de Christian se le mueve o no un pelo de su cuidada cabellera. Pero estas bagatelas argumentativas caen por su propio peso cuando es todo lo que puede decirse de cualquier profesional ejerciendo su trabajo.
Y si algo hay que llame la atención es la pérdida de percepción auditiva que cada vez de una forma más acuciante vamos cediendo en favor de la vista. Ya no es importante lo que suena sino lo que se ve. El propio medio televisivo donde ahora se exponen los directores (porque hablar de Maestros si no es para referirnos a Barenboim o Muti carece de valor) ha socavado toda posibilidad de edificar un criterio (conocimiento) frente a una mera opinión (gusto personal). Cuanto más gesticulación, mayor ángulo de inclinación, saltos, movimiento capilar y exageración sin contornos, más valorado es el director. ¿Qué importa lo que suene?
Hordas de directores sin más horizonte que la banda de su pueblo ejercen de comentaristas circunstánciales para calificar, siempre en negativo, al director de turno.
En los albores de las retransmisiones televisivas están los valiosísimos documentos gráficos de Arturo Toscanini, Bruno Walter, Otto Klemperer, Hans Knappertsbusch, Wilhem Furtwängler o el propio Richard Strauss para quienes, acostumbrados a la radio como medio de reproducción de masas y, por tanto, ajenos todo impacto visual sobre su gestualidad, no tenían otra obsesión que crear un sonido óptimo.
Con Herbert von Karajan, Leonard Berstein o -incluso- Sergiu Celibidache, se abrió (todavía desde el rigor interpretativo) la veda de la autopromoción audiovisual. Solo Carlos Kleiber o Claudio Abbado, además de los citados y todavía vivos Ricardo Muti y Daniel Barenboim, han transitado el podio sin poner en primer lugar su imagen. Estaban más pendientes del sonido que del objetivo.
Afortunadamente, quedan algunos directores que, sin ser grandes Maestros, son unos excelentes profesionales, artesanos y conocedores de su oficio a los que Instagram y su estimulante narcismo les tiene sin cuidado. Incluiría en esta categoría al propio Christian Thielemann a quien para valorarlo más allá de su hierático gesto, poco risueño rictus y curiosa y muy personal técnica de dirección, se le puede apreciar como uno de los grandes si se escucha con los oídos y no con la vista.
Y para aquellos a quienes se le hace insoportable su imagen y loan las prestaciones de su laca capilar, gracias por vuestra profunda y elaborada opinión.
Juan F. Ballesteros
músico y escritor