Los directores y directoras trabajan con las emociones. La transfiguración de la partitura en sonido que deviene en experiencia sensitiva es el objetivo único de toda realización artística de la música. Lo intelectual está en el texto: objetivo, tangible, prosaico, lo emocional en la emoción: subjetiva, inasible, poética.  La traducción sonora corresponde al intérprete y en el caso que nos ocupa al director o directora. Para ello el conocimiento de la partitura es esencial tanto en sus contornos codificados como en lo que entre líneas puede leerse (contexto psico-socio-económico del autor y su tiempo, tradición, motivación compositiva, alusiones programáticas, etc.) No obstante, conviene identificar y delimitar la responsabilidad de quien dirige y, sobre todo, de la autogestión de las emociones.

Lo intelectual está en el texto: objetivo, tangible, prosaico, lo emocional en la emoción: subjetiva, inasible, poética.

Los músicos habitamos constantemente en el mundo de los sentimientos y las emociones pero no nos pertenecen. La sensibilidad es una cualidad humana, no profesional ni exclusiva. Por tanto, todo ser es sensible más allá de su consciencia de serlo. Los músicos no lo somos más que otros profesionales. Este debate podríamos establecerlo en términos de responsabilidad, incluso de profesionalidad sin confundir lo aséptico con lo profundo y sin mezclar lo emocional con lo contextual.

La sensibilidad es una cualidad humana, no profesional ni exclusiva.

Como intérpretes nuestros sentimientos alojados en lo subjetivo de la apreciación musical, es decir, en el gusto personal, no pueden ser óbice a la hora de establecer parámetros unívocos sobre el discurso sonoro. Lo que sentimos como directores o directoras es nuestro patrimonio sentimental pero no un argumento interpretativo.  En términos de pura elocuencia, existe la posición que defiende la emoción sobre la técnica, como si sin esta fuese posible aquella. Lo que nos nutre emocionalmente al traspasar la barrera sensitiva del sonido se aloja en nuestro interior de acuerdo con un sinfín de condicionantes personales que en absoluto tiene que ver con el sentido propio del texto musical.

Lo que sentimos como directores o directoras es nuestro patrimonio sentimental pero un argumento interpretativo. 

Podemos tener una opinión sobre la interpretación que más se ajuste a nuestro bagaje, pero este bagaje no equivale a la verdad. Necesitamos establecer un criterio (kriterium) que de manera global atienda a todos los aspectos propios de la interpretación. Nuestro sello no será aquello que sentimos puesto que no podemos exportar sensaciones de una manera absoluta sin el vehículo de la mecánica de la dirección (técnica). Nuestra marca de identidad musical será la conquista del conocimiento mediante el criterio interpretativo para mostrar lo que el compositor o compositora querían comunicar a través de la retórica de la música. Siendo así, ¿a quién le importa verdaderamente qué puede sentir el intérprete si utiliza la emoción como acto de onanismo intelectual? ¿Acaso no es nuestra responsabilidad descubrir, acercarnos y rescatar aquello que el compositor o compositora han querido expresar de acuerdo con sus emociones? ¿La interpretación debe contar con el tamiz del director o directora?

Nuestra marca de identidad musical será la conquista del conocimiento mediante el criterio interpretativo para mostrar lo que el compositor o compositora querían comunicar a través de la retórica de la música.

Las respuestas, como siempre, se hallan en la reflexión, en el conocimiento en la fórmula R+C=K (reflexión + conocimiento = kriterium)

Juan F. Ballesteros
músico y escritor