Asistimos a una terrible política de la cancelación. Vivir a un clic de bloquear un contacto en nuestro mundo digital ha debido crear una suerte de revelación a nuestro dócil cerebro. En un mundo donde la emoción relega a lo sospechoso todo aquello que sea cercano a la razón las vísceras toman el mando para que la belleza, la bondad, la esperanza, la libertad estén más amenazadas que nunca.

Como músicos vivimos el veto a diario. Nos henchimos de orgullo cuando hablamos de la importancia de la música en la vida pero cancelamos a un colega por sus logros, ya no cuenta, miramos a otro lado y se busca cada resquicio de quiebra con suma habilidad.

No pocos responsables de determinadas corporaciones políticas locales han impedido el avance de propuestas musicales nobles y útiles por el uso de un determinado idioma, sospecha ideológica o pseudo consejeros canceladores.

En un mundo donde la emoción relega a lo sospechoso todo aquello que sea cercano a la razón las vísceras toman el mando para que la belleza, la bondad, la esperanza, la libertad estén más amenazadas que nunca.

Con el conflicto armado retransmitido como si de un partido de futbol se tratase, se abre la puerta a la autodemostración de poder que cada cual necesita ostentar. Nada nuevo. Ni siquiera el conflicto lo es. Y, lo peor, ni siquiera es el único.

Mientras, decenas de músicos, bailarines, coreógrafos, escritores deben responder inmediatamente sobre su posicionamiento político. Otros, ni siquiera tienen la opción de responder. Son cancelados.

Los artistas, como los deportistas que también están siendo cancelados, son los mediáticos pero otras tantas profesiones están siendo apartadas del derecho elemental de existir. Ahora, bien entrado el siglo XXI con el conocimiento adquirido, el acceso a la información más allá del sesgo de los grupos mediáticos de poder, aplaudimos que un director de orquesta, que una cantante, que un bailarín, que una compositora, se vean privados de ofrecer su arte por tener en el bolsillo un determinado pasaporte.

¿Era esta la Europa queríamos construir? ¿La Europa que suena a Beethoven? ¿El viejo continente guardián de las esencias intelectuales, artísticas y sociales? ¿Era esto la globalización? ¿El mundo intercomunicado? ¿Es este el mundo que nos viene?

Todos los artistas, deportistas, profesionales que han perdido su trabajo por su pasaporte, ¿podemos considerarlos víctimas colaterales de una guerra o habrá quien sostenga que es lo que se merecen solo por haber nacido en un determinado corral?

No podemos esperar más de quienes dicen velar por nuestros intereses pero podemos tomar las riendas de nuestras decisiones. Podemos sumarnos a la cancelación de quienes mejoran nuestras vidas mediante la belleza o seguir contando con ellos.

Podemos aplaudir que el director de orquesta ruso Tugan Sokhiev haya dimitido de sus cargos en el Bolshoi y Toulouse para que nadie le haga elegir entre dos culturas o podemos indignarnos. Pero la indignación conlleva a la acción y la acción posicionamiento.

¿Era esta la Europa queríamos construir? ¿La Europa que suena a Beethoven? ¿El viejo continente guardián de las esencias intelectuales, artísticas y sociales? ¿Era esto la globalización? ¿El mundo intercomunicado? ¿Es este el mundo que nos viene?

Por si alguien tiene dudas, nada justifica el asalto a la paz. Pero no como músico sino como ciudadano de un continente en quiebra, seguiré disfrutando las música de Shostakovich y Stravinsky, las coreografías de Diaghilev y Nureyev, las novelas de Ulitskaya y Sorokin, los cuadros de Kandinsky y Chagall. Me gustaría poder disfrutar de los gimnastas, futbolistas, tenistas, pertiguistas y los enormes deportistas que tienen un pasaporte ruso.

Cancelo las guerras, cancelo la ignominia, cancelo la ignorancia en mundo abundante de oportunidades, cancelo el odio y pido ternura.

No, Europa, ya no suena a Beethoven.