Directores instagrammers

La realidad se impone aunque no se quiera ver. Negarla, supone elegir ser cómplice de la mediocridad. Justificarla, asumirla como propia. El mundo de la música es maravillosamente complejo. Nada es lo que parece y lo que parece, no es.

En el ámbito instrumental, al menos, hay asideros sobre los que cimentar un criterio, premisa para una opinión sensata. La composición y, sobre todo, la dirección (coro, banda y orquesta) navegan en el escaso magma de la opinión subjetiva, en el gusto personal, en la incapacidad de valorar más allá de la impresión visceral instantánea, al mérito de la exposición social.

Un instrumentista está comprometido con la solvencia. Esto es, tocar la nota que corresponde, en el momento indicado, con un color y afinación concreto y en un contexto histórico-filosófico interpretativo determinado. Existen ítems cuantificables y cualitativos que nos permiten emitir un juicio correcto. Ha acertado la nota, no la ha acertado. Está o no afinado. La interpretación tiene un rigor histórico o no.

En el ámbito instrumental, al menos, hay asideros sobre los que cimentar un criterio, premisa para una opinión sensata.

En el mundo de la composición se ha llegado a una desconexión total con el público. Desgraciadamente, los niños de hoy no silban las melodías de Arnold Schönberg, como el mismo maestro vienés vaticinó. La música de consumo masivo ha hecho que la tendencia se haya declinado hacia la música de orden tonal. Pero quizás no toda la responsabilidad ha sido de la publicidad, cuñas radiofónicas, sintonías televisivas, etc.

Los compositores y compositoras, en su afán de justificar su falta de dominio o, en no pocas ocasiones, de conocimiento del sistema han optado por seguir una estela que ya tiene más de un siglo y que ha sido aceptada como única opción académica. Schönberg, guste más guste menos, pudo decidir qué lenguaje utilizar toda vez que hubo demostrado su dominio del sistema con Verklärte Nacht antes de componer su ópera completamente dodecafónica Moses und Aron.

Lo mismo es atribuible a Alban Berg que después de mostrar su conocimiento y maestría con sus Sieben frühe Lieder pudo crear otras joyas como por ejemplo Wozzeck, en otra esfera totalmente diferente de sus inicios. Y aquí, me adelanto a la objeción. No, no quiero decir que Picasso deba demostrar pintar como Velázquez para valorar su obra, sencillamente porque en su obra hay emoción, contexto y retórica independientemente del lenguaje elegido.

Un director o directora, por su parte, no ofrece una información inequívoca en su interpretación si lo hace desde la necesidad de mostrar su imagen más plástica por encima del rigor del sonido, único elemento del que deberían preocuparse. Los movimientos espasmódicos son tan nocivos como la ausencia de movimiento. Esta última práctica es muy habitual además de demostrativa de que cuando se pone en práctica el orgánico (orquesta, banda o coro) suena por fin ensamblado y afinado, lo que pone de manifiesto que mejor sin el director.

No, no quiero decir que Picasso deba demostrar pintar como Velázquez para valorar su obra, sencillamente porque en su obra hay emoción, contexto y retórica independientemente del lenguaje elegido.

Cuando esto ocurre, lejos de saltar todas las alarmas del director de turno, se jacta ufano de su magistral conducción mental. La estupidez en nuestro gremio, no ha encontrado límites.

Con frecuencia se alude a las escuelas de dirección para determinar qué factores se ponen en funcionamiento para una conexión entre el gesto y el sonido. Teniendo en cuenta que muchos de los autoproclamados discípulos jamás ha trabajado con el Maestro que ostenta la marca de la escuela, resulta cuanto menos chocante que se defienda tal postulado.

Uno de los más referenciados es el Maestro Sergiu Celebidache que, además de proclamar a los cuatro vientos que no tuvo discípulos (por mucho que se empeñen algunos) jamás dirigió según los postulados que defienden sus falsos delfines. 

Celebidache sí que manifestó a las claras que su modo de dirigir provenía de la necesidad de los músicos de la orquesta y no de la suya y, mucho menos, de la necesidad de mostrar y lustrar su ego. Es decir, hacer sólo aquello que el músico precise y no lo que los sentimientos subjetivos del director dicte.

Habida cuenta que su magisterio como titular de la Orquesta Filarmónica de Múnich duró desde 1979 hasta su muerte en 1996, es claro que la propuesta técnico-expresiva del Maestro rumano estuvo basada en la necesidad de esa orquesta en concreto y, por tanto, no representaba per se una secuencia de su inexistente escuela de dirección. Lo máximo que pueden alcanzar sus defensores será, acaso, una burda imitación del maestro.

Celebidache sí que manifestó a las claras que su modo de dirigir provenía de la necesidad de los músicos de la orquesta y no de la suya y, mucho menos, de la necesidad de mostrar y lustrar su ego.

Algunos, incluso, imitan la posición de su mano estática en forma de pala al sostener la batuta sin tener en cuenta (¡y eso que dicen haber sido sus discípulos!) que el maestro sufrió durante sus últimos años una artrosis severa que le impedía la flexión de sus dedos. Hasta ahí llega la falacia.

En el mundo del coro, es menos ostentosa la falta de criterio dada la, tristemente, falta de tradición coral en nuestro país. Cierto es que hay dos polos entre los cuales ha circulado la energía entre los directores del bello instrumento coral. Catalunya y Euskadi han abanderado esta tradición.

En estos territorios han sabido cultivar y fomentar el arte coral si bien, con el tiempo, la comodidad de la hegemonía ha tendido ha bascular a la baja el nivel tanto de sus coros como de sus directores. Algunos tuvieron su foco en el norte de Europa como referencia pero sin una transacción real del conocimiento y de la praxis coral en el sur.

El mundo de la banda es quizás el que más atención, cuidado y reparación precisa. Bajo una gran tradición, sobre todo en el levante español y cada vez más en territorios como Castilla La Mancha, Galicia o Andalucía, no se ha sabido crear una verdadera escuela de dirección a pesar de los grandes totems que han abanderado el mundo bandístico. De todos esos nombres, ninguno ha dejado legado.

De todos los nombres de directores emblemáticos, referenciales, venerados y hasta idolatrados, no podemos decir ni un solo discípulo que ocupe plaza en una banda u orquesta de primer nivel. Para hacérselo mirar.

La dirección musical es, probablemente, el cajón desastre de la música. Entre quien piensa que se aprende con un tutorial de YouTube hasta los que no ven que el Emperador está desnudo, tenemos pocas opciones de emancipar nuestro oficio desde una descriptiva relación de requisitos, méritos, habilidades, herramientas, técnicas y metodologías para un aprendizaje donde la música sea más importante que la foto dirigiendo en Instagram…pero, ¡ay! si la foto sonase.

Juan F. Ballesteros
músico y escritor