Dirigir online y otros cursos

Aprender a dirigir online no es posible. Pretender enseñar de este modo, una estafa. Sería como jugar a fútbol sin balón, a tenis sin raqueta o aprender a tocar el piano sin piano. En este punto podría poner el punto y final al artículo pero el asunto tiene más contornos y más historia que puede dar luz al porqué se ha llegado a semejante despropósito.

El gran maestro Riccardo Muti, casi al final de su vida reveló cómo a pesar de estar de manera permanente al más alto nivel (actualmente es el titular de la Sinfónica de Chicago, siguiendo la tradición de sus antecesores como – entre otros- Rafael Kubelik, George Solti o Daniel Barenboim) afirmaba estar apenas en la mitad del camino del arte de dirigir. ¿Dónde estamos, pues, el resto?

Solo los muy grandes pueden permitirse dejar aflorar su humildad. 

Sin embargo, la arrogancia, tan propia del mediocre, erupciona entre quienes piensan que pueden ofrecer una formación integral en el noble, profundo y complejo universo de la dirección de manera telemática, como si dirigir sólo, o principalmente, tuviera que ver con la pura mecánica del movimiento de brazos.

Los hay, incluso, no solo que ostentan un master universitario en dirección de orquesta (o coro) cimentado en el tan espectacular como vacío reclamo comercial del 100% online, sino que -mostrando su escaso compromiso con la verdad del sonido- osan enseñar a través de diferentes cursos.

Aprender a dirigir online no es posible. Pretender enseñar de este modo, una estafa. Sería como jugar a fútbol sin balón, a tenis sin raqueta o aprender a tocar el piano sin piano.

El verdadero cáncer de nuestra profesión se cimenta en esta realdiad, donde la excelencia cede espacio a la mediocridad y la verdad de la música se convierte en una parodia absurda de la interpretación falaz y caprichosa, más pendiente del efecto en Instagram que del alma de los oyentes y el compromiso con la partitura.

El problema, no obstante, no es nuevo ni es es consecuencia de las posibilidades absolutamente útiles de la tecnología. En no pocos conservatorios de nuestro país la cátedra de dirección ha basado su metodología en el ridículo batir de brazos al son de un cd. Alguno de nuestros catedráticos actuales, así se han formado. De aquello polvos… estos lodos. Hubo que emigrar para tener -acaso- una oportunidad de profundizar en nuestro arte.

El verdadero cáncer de nuestra profesión se cimenta en esta realdiad, donde la excelencia cede espacio a la mediocridad y la verdad de la música se convierte en una parodia absurda de la interpretación.

Bajo este panorama, huelga decir que el criterio y la opinión, la información y no la intuición, el conocimiento y no la especulación deben ser guía para que nuestros jóvenes aspirantes a ser directores tengan una mínima oportunidad de redención. Claro que, si quienes les asesoran se formaron online o on cd, difícilmente habrá catarsis.

Cuestión de supervivencia. Cuestión de selección natural. Cuestión de calidad y de verdad. Mucho se habla (y poco se entiende por una mera falta de reflexión y búsqueda del criterio) que la única manera, ya no de aprender sino de al menos aproximarse a lo que dirigir supone y asumiendo que es un aprendizaje ad aeternum, es mediante la praxis presente.

La construcción del sonido, los contornos de las diferentes afinaciones, la estrategia de la gestión del grupo, la fortificación de los valores comunes, la corrección de las desigualdades de timbre, la edificación de las dinámicas, la belleza -en fin- del hecho sonoro, no tiene cabida en el mundo online. Y si la tiene, estaremos construyendo una distopía terrible, una vacua realidad futura y la celebración de la nada.

Juan F. Ballesteros
músico y escritor