La cena de los idiotas
Como cada navidad el grupo de ex alumnos y ex alumnas se preparan para un nuevo encuentro. Varias hornadas de licenciados veneran a su maestro reuniéndose alrededor de la mesa.
El viejo catedrático recuerda anécdotas de las clases que otrora lideraba ante la mirada emocionada de sus antiguos alumnos. Estos no escatiman ni esfuerzo ni disimulo para rendirle reverencias y pleitesía.
El maestro revive momentos gloriosos de su magisterio aderezados de cierto desdén hacia otros compañeros de profesión. Los alumnos asienten, otros -incluso- con ojos humedecidos, intentan un aplauso espontáneamente.
La comunión se ha producido. Todos celebran el pasado aunque no les haya servido. Tras licenciarse, los únicos alumnos que ejercen profesionalmente lo hacen por la formación que buscaron tras recoger el diploma. Lo saben, aunque callen.
El resto, nunca más tuvo contacto con su profesión pero no admitirán que su acreditación académica jamás les servirá.
Quienes asisten al festín son directores y directoras de coro. Una profesión maravillosa que nadie que no se dedique a la música conoce más que someramente y que, incluso, muchos músicos no valoran.
Todos celebran el pasado aunque no les haya servido. Tras licenciarse, los únicos alumnos que ejercen profesionalmente lo hacen por la formación que buscaron tras recoger el diploma. Lo saben, aunque callen.
De pronto, se ha hecho el silencio porque, aunque la realidad se esconda bajo el interés y la coyuntura, todos saben que estudiaron sin instrumento, puesto quien pudo disponer de un coro para realizar las prácticas (del mismo modo que un pianista, violinista, clarinetista, …cuenta con un instrumento para su estudio) es el propio homenajeado.
Pero es más fácil reír que denunciar. Los asistentes recuerdan que estudiaron con un disco mientras agitaban los brazos en el aire en una suerte de ridícula coreografía gestual.
Han llegado los postres y, por tanto, el momento de entregar un año más un presente al maestro. Este sonríe y agradece. Su objetivo no era formar, crear un mundo coral saludable, eliminar toda fricción entre los propios compañeros y compañeras, construir un futuro donde los coros fueran excelentes porque sus directores y directoras también lo fuesen aquí, en esta tierra donde no hay tradición y la excelencia sería el único camino.
El resto, nunca más tuvo contacto con su profesión pero no admitirán que su acreditación académica jamás les servirá.
Los años han pasado y nada ha cambiado en nuestro querido mundo coral. Los que aportan tuvieron que viajar para formarse y alcanzar la maestría. Los que se quedaron, siguen la estela del maestro desmadejando toda posibilidad de redención.
La cena toca a su fin. Hay abrazos, las manos se encajan. Besos. Y todos se despiden hasta el año siguiente. La cita concluye con una larga ovación. Se aplaude la celebración de la nada. La oda a la perpetua mediocridad.
Juan F. Ballesteros
músico y escritor