No la toques más, Sam

La importancia del futuro no pasa por legislar la cultura. Los planes para la educación, antesala de los procesos culturales que alienen a la ciudadanía hacia un tejido social sin criterio pero preñado de opinión, no devienen en mejoras si atendemos a la historia reciente.

El calado en el grueso de la sociedad es nulo y la visión esquiva y totalitaria ante la amenaza de aprender y adquirir un pensamiento libre, sencillamente aterradora.

Durante el proceso de alfabetización que en nuestro país se extenso hasta bien entrados los ochenta, la ignorancia avergonzaba. A partir de los noventa, cualquier conato del saber debía ser ocultado ante la posibilidad de distinguirse y, por tanto, ser objeto de señalamiento por parte de la tribu adocenada por los grupos de poder mediáticos que han creado con paciencia una nueva generación de dóciles útiles y exaltados contra la cultura.

Los planes para la educación, antesala de los procesos culturales que alienen a la ciudadanía hacia un tejido social sin criterio pero preñado de opinión.

No es de extrañar una huida hacia ninguna parte esperando encontrar abundancia sin recurrir al esfuerzo. La población domesticada, al no asumir su condición adjunta, se revela contra el mismo estado al que exige al mismo tiempo libertad y manutención. En este escenario distópico al que hemos llegado cabe preguntarse si el sistema (ese ente) es susceptible de revertir su tendencia a través de la revolución que nunca llega o si, por el contrario, convendría crear nuevos paisajes. 

Los músicos son (somos) una especie curiosa y paradójicamente escasa en cuanto a la capacidad de acción y de revolución. A pesar de ser consecuencia directa de los grandes hombres y mujeres que precisamente porque se revelaron lograron cambiar su mundo, el gremio musical solo sueña por un puesto laboral (si es precario, poco importa) con tal de no entrar en debate, mostrar su oposición lo que se ha dado por bueno tan solo por no tener que comprometerse con algo mejor.

La población domesticada, al no asumir su condición adjunta, se revela contra el mismo estado al que exige al mismo tiempo libertad y manutención.

El músico es un lobo para la música. La escasez de pensamiento crítico o, si se posee, la auto incapacitación de mostrarlo (que no sé que pude ser peor) hace que nuestro mundo se vea abocado a un bucle retroalimentado por la queja.

Quizás sea momento de creer y de crear nuevos espacios alternativos. Dejar de soñar en que algo va a cambiar. No importa quien nos gobierne, ningún grupo de poder político ha mostrado nunca un interés por la cultura. Ninguno de los aspirantes a dirigir nuestro país ha hablado jamás sobre aspectos culturales y, mucho menos, musicales en sus pre campañas.

Los músicos son (somos) una especie curiosa y paradójicamente escasa en cuanto a la capacidad de acción y de revolución.

Teniendo en cuenta que hay muchos músicos a los que no les importa la música, incluso, que no les gusta la música, ¿por qué deberíamos esperar que alguien se ocupase desde afuera?

La revolución es individual para crear un nuevo colectivo que, obviamente, quedará fuera de la esfera donde se ha creído inútil e ingenuamente que sucedían las cosas.

Juan F. Ballesteros
músico y escritor