Los músicos que no pagan

La realidad suele manifestarse con cierta celeridad cuando se tergiversa. El orden natural de las cosas en un mundo capitalizado por lo económico se deteriora cuando el interés personal no cumple con su necesario parangón con el general. No se trata, acaso, de una capa de pensamiento naïf sobre la economía y al arte, siendo que la tendencia ha sido pauperizar este y alejarlo de aquel, como si no compartiesen en el fondo la misma sustancia.

¿Por qué una institución habría de contratar un determinado producto o servicio cultural si hay quien lo ofrece gratis?

El mundo de la música es un perfecto ejemplo del despropósito que en aras de un mundo mejor se ha prostituido hasta el punto de no ser reconocible. Tanto es así que ante la cuestión sobre si la música es una salida profesional digna habrá más argumentos en contra que a favor y, no en pocos casos, por el escaso reconocimiento que el propio gremio musical se auto-concede.

Como cualquier profesión altamente cualificada, el arte sonoro debiera ser cuantificado en la misma línea. Sería poco menos que insostenible una valoración económica de un arquitecto, médico, abogado, ingeniero, … -solo por citar algunas profesiones que conllevan un número elevado de años y experiencia para la excelencia-  escasa o -mucho menos- nula. Por supuesto, cualquier profesión tiene sus tasas de cotización más o manos al alza, más o menos a la baja.

Sin embargo, el músico tiene muy difícil sostener una cotización al alza. Siendo como es que los grandes tótems de la música a nivel internacional valoran sus servicios en cientos de miles de euros y asumiendo que no todos estamos en la misma liga, sigue siendo tristemente real que haya todavía músicos que aun con el ansia de trascender y subir de liga sigan trabajando por un valor escaso.

Aunque el verdadero problema se halla entre aquellos músicos que realizan gratis et amore sus servicios. ¿Cómo han de ser remunerados convenientemente si su precio -el que se ponen- es tal? ¿Por qué habría que contar con ellos? ¿Sería justo contratarlos cuando eligen tocar gratis frente a los que se esfuerzan en darse el valor que merecen? ¿Por qué una institución habría de contratar un determinado producto o servicio cultural si hay quien lo ofrece gratis? Con la pobreza cultural perdemos todos.

Sigue siendo tristemente real que haya todavía músicos que aun con el ansia de trascender y subir de liga sigan trabajando por un valor escaso.

A buen seguro, estos músicos son los primeros en alzar la voz en contra del sistema, de la sociedad, de los legisladores que no les valoran. Mientras, alimentan egos ajenos ante la promesa de la eterna promoción. ¿Qué es peor que un músico que no cobra por su trabajo sino es otro músico que propicia este desencuentro con lo económico? Y, lo que es mucho peor, ¿qué legado dejamos a quienes ven en nosotros un reflejo de la profesionalidad?

Será, quizás, una cuestión de mentalidad. Quizás una escasez del valor que supone la cultura para una sociedad. Un empobrecimiento de nuestro valor como músicos que si no somos capaces de abanderar difícilmente lo harán otros.  Poco hemos aprendido en todos estos años si seguimos aplaudiendo al que alimenta su ego con nuestro talento. Para elegir solo se precisa libertad.

Juan F. Ballesteros
músico y escritor