La asociación que no amaba a los coros

Solemos transitar la vida entre las redes que creamos a través del pensamiento donde se teje la ética. Quizás, en los albores de un mundo donde lo humano y lo divino ya no tiene costuras y por tanto tendemos a arrojarnos como dioses omnipotentes preñados de razón, sostenemos la retórica con un conmovedor onanismo dialéctico con nosotros mismos. ¿Y que tiene de malo? Nada, si abandonamos todo concordato con la ética y el compromiso social.

La culpabilidad habita en los contornos más alejados del ser. La responsabilidad se atomiza en tantos conceptos y justificaciones que se pervierte. Los argumentos, otrora esclarecedores, han dejado de visitarnos para que la visceralidad ocupe un lugar de reinado, auto absolviéndose y condenando a quien ose pensar out of the box, en un necio ejercicio de renacimiento de la barbarie.

En este contexto, se halla el mundo coral como hampa organizado. Lejos de loar un mundo donde la belleza sublime no solo es sonora sino audazmente mundana, los gestores del devenir coral en nuestro país han tocado fondo para, desafortunadamente, disipar cualquier retorno de la luz.

Esta visión aparentemente apocalíptica previene ante una lúcida reflexión colectiva que, acaso, pueda tener lugar si de verdad se ama el mundo coral. Atendiendo la etimología y no a la mitología, apocalipsis significa literalmente „acción de descubrir“ o „quitar el velo“. Y nada puede ser más esperanzador, halagüeño y nutritivo como seres sociales entorno a una idea cuando esta se desentiende de oscurantismo.

Acaso ha llegado el momento. Acaso, tan solo, el momento de todos aquellos que por falta de arrojo, de poética o también definitivamente vencidos por lo patético, no han sabido o no han querido alzar la voz atenazados por la siempre improbable  pero temible repercusión en forma de cancelación y veto.

Aedcoro no ama a los coros. Triste realidad, sin duda, que lejos de derivarnos a la melancolía nos debe abrir los ojos para construir una verdad. La verdad que, aunque asuste a los que han sido domesticados, hará libre a los virtuoso al tiempo que señalará a los viles.

Estar asociado a Aedcoro se ha convertido en sinónimo de estafa. Durante sus años de existencia no solo no ha contribuido a la mejora el entorno de los directores y directoras de nuestro país sino que ha impedido su evolución, que es mucho más sorprendente, más preocupante. 

Quienes hayan sido socios de Aedcoro desde sus inicios, habrán habitado la paciente esperanza de que la membresía supusiese un elemento nutritivo como director o directora. Habrán esperado sin resultado un flujo de acciones que hubiese contribuido a la mejora de nuestra profesión y, por ende, del mundo coral que adolece de una despreocupación verdaderamente sorprendente por parte del hampa. En estos años, la información no ha ido más allá de la celebración de certámenes, información absolutamente accesible con un mínimo de interés y, por tanto, poco meritoria por parte de la asociación. Cabe decir que sí ha habido un empeño informativo localizado en la Feria Coral cuya contribución a la mejora sonora, estética y social de nuestros coros y directores está todavía por ver.

Apenas unos meses atrás, fui convocado para pertenecer como vocal de comunicación a la Junta aspirante a renovar su candidatura en las recientes elecciones. Mi condición para aceptar no fue otra que la de tener la libertad de exponer de manera absolutamente insistente y enfocada en la formación de los directores y directoras. Aceptada mi demanda ejercí según lo prometido. Así mismo, comuniqué al presidente electo que esperaba entender y, de lo contrario, revertir mi sensación de vacío como socio durante años. Quería contribuir a poner en valor a los directores y directoras tal y como dictan nuestro estatutos. Nuestra prioridad, creía, no era otra cosa que formar para mejorar en todos los niveles, favoreciendo así que los directores más noveles accedieran a conocimientos esenciales y a los más experimentados una oportunidad para no abandonarse a la comodidad de dejar de estudiar. Pronto descubrí que nada estaba más lejos de mi inocente creencia. Lo importante para Aedcoro es la Feria y la relaciones institucionales de las que, más de uno saca tajada personal a costa de las siglas. 

Entendiendo la complejidad de todo colectivo humano y las diversas visiones que sobre un mismo punto se derivan, no podía imaginar que la Junta Directiva de Aedcoro practicar una posición contraria a la libertad de expresión. Mis opiniones, -absolutamente cuestionables y desechables- y mis criterios avalados por la experiencia y la formación no solo no eran escuchados, como el sentido de la educación más elemental y en aras de una transversalidad y horizontalidad sino que los valores democráticos que reúne Aedcoro en torno a una identidad abierta y plural han sido directamente obviados. 

Tanto es así que aquello que aporté en la única Junta Directiva en la que he participado no se reflejó en el acta como, por otra parte, es preceptivo y cuya obligación recae en la figura de la Secretaría de la asociación. Por dos veces advertí de la inclusión de mis palabras en el Acta. Pasó un mes hasta que mis peticiones tuvieron respuesta en una plantación parcial, escasa y segmentada de aquello que en su momento aporté.

El hecho, siendo sumamente grave, no representa la cima de la sinrazón de esta Junta, sino el silencio de todos sus miembros cuando solicité que, independientemente de que se estuviera de acuerdo conmigo tenía el derecho estatutario de que mis argumentos estuviesen registrados.

En cualquier asociación, empresa o colectivo que tengan apego a los procesos asociativos sustentados en el más mínimo término democrático habría expulsado inmediatamente a quien hubiera decidido motu propio negar la voz a un socio. Pero toda la Junta compartió el silencio, el mismo silencio que les ha convertido  en cómplices y subsidiarios de un mal uso de la asociación que no les pertenece sino que, tan solo, representan, aunque a veces parezca lo contrario.

Dando por perdida la batalla me centré en mi recurrente y obsesiva petición de que se atendiera la formación de los directores y directoras poniendo sobre la mesa todas las opciones formativas que la totalidad de los miembros al servicio de los socios. En su lugar, en mi último mes en la Junta, asistió a una parodia donde no la prioridad sino el pensamiento único se basó en el merchandising  de la Feria deCoro, al tiempo, se me daban instrucciones para no opinar publicamente, ejerciendo desde el corazón de la Junta el veto y la incomodidad hacia la libertad de expresión.

¿Algún socio puede afirmar que Aedcoro cumple alguna de sus expectativas como director o directora? ¿La Feria representa algún cambio sustancial en su devenir profesional? Las acciones recientes se han fundamentado en la confección de presupuestos para la estampación en bolsos corporativos, adhesivos y otras necesarias acciones en ese sentido. ¿Es esta la contribución para que la Asociación Española de Directores (y Directoras) de Coro tengan una mayor formación, proyección y empleabilidad o para que nuestros coros en todos sus niveles suenen mejor?

Estando seguro que nada de lo expuesto ha tenido una correlación en la realidad que haga suponer que ha sido cesada la Secretaria, en tanto que el resto ha avalado su acción mediante el silencio, solo quiero manifestar públicamente a los miembros (lamento generalizar) de la Junta: dejad de mentir sobre mí y yo no diré toda la verdad sobre vosotros.

No, Aedcoro no ama a los coros. Ama su potestad y su engranaje de poder. Y por ello, abandoné la nave para no ser parte de una tripulación abocada a la necedad. Lamento profundamente no haber sido útil, pero lo que no puedo consentirme es ser inútil para el mundo coral que tanto amo.

Juan F. Ballesteros
director de coro