El precio justo de la música
El diario valenciano Levante EMV publicó el siguiente titular:
Lang Lang cobra 200.000 euros por su único concierto en València.
El virtuoso pianista, uno de los mejores y sin duda el más mediático, actuaba en Valencia percibiendo pingües beneficios para el asombro, perturbación y escándalo de -¡qué curioso!- el sector musical.
Desde un punto de vista poético, negar y censurar un salario ajeno no solo es improductivo sino que delata a quien se indigna como inmerecedor de tal salario.
Del lado prosaico, parece insólito que sean precisamente otros músicos quienes eleven la queja, toda vez que es un sector pagado por debajo de sus posibilidades, cualidades y, por tanto, justo merecimiento.
En un entorno donde el modelo social es el capital no debería sorprendernos una alta cotización de un artista en particular. Libre mercado, capitalismo, liberalización de precios…son conceptos que manejamos desde hace ya mucho tiempo sin que, en algunos sectores, haya calado.
Deberíamos celebrar que un músico ostentase salarios altos para, quizás, tener una oportunidad de alcanzarlo. De lo contrario, seguiremos con una mentalidad de escasez respecto del tan idolatrado como temido dinero.
Desde que la Reserva Federal de EEUU desvinculó la moneda del patrón oro, la cantidad de dinero que circula por el mundo es absolutamente desconocido. Este excedente de dinero, por desgracia, no lleva asociado un reparto justo y las desigualdades cada vez son más desgarradoras.
Que Lang Lang no ingresase sus 200.000 no repercutiría per se en un reparto equitativo entre todos los músicos valencianos indignados que se hallan en el marco profesional, toda vez que exigen salarios a la baja ante el temor de perder cuota de mercado en favor de quienes están dispuestos a ejercer por un precio siempre más bajo.
¿Cómo es posible que el músico de salario precario pueda condenar que a otro músico le paguen la cantidad que -sin duda- quisiera aquél para sí? Resulta paradójica esta concepción de la relación con el dinero.
El cerebro, que tan solo tiene como función biológica la supervivencia, no logra gestionar todo aquello que no entra dentro de ello. El cerebro reptil que todavía opera en las acciones más básicas como el miedo, la envidia y otra funciones primarias, reacciona cuando hay una amenaza, sea esta real o ficticia. Nuestra reacción, por tanto, debería pasar por el tamiz de la reflexión más racional.
Si Lang Lang percibe esta cantidad (no es el músico que más ingresa por concierto, dicho sea de paso) nuestros neurotransmisores como las catecolaminas se ponen manos a la obra para paralizarnos (no luchar por mejorar nuestra situación en lugar de censurar las ajenas) o nos hace escapar (negándonos toda opción de ser como el sujeto envidiado).
¿Qué es pagar mucho? ¿Cuánto es pagar poco? ¿Cuánto vale un concierto? ¿Cuánto debería valer? ¿Cuánto quiero que valga?
¿Cuánto valen las cosas? Quizás lo que alguien esté dispuesto a pagar.
Podemos ponernos precio o que nos lo pongan.
Juan F. Ballesteros
músico y escritor