Música de cristal
Dijo el poeta: nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.
Inmersos en una situación que desafía nuestro límite cognitivo bregamos por mantener intacta la inmaculada dignidad. Para ello no nos faltan recursos creativos para, acaso, domesticar nuestros días en los términos que nos concede la vida.
La tecnología, la que de momento no es capaz de sacarnos del pozo, mantiene tangentes de orden asociativo. Nos mantiene conectados, más que nunca alcanzables como si de un solo soplo todos fuésemos hologramas. Y no es baladí la oportunidad, pero como siempre, el uso determinará nuestra fuente de inteligencia.
Lo efímero toma cada vez más el cariz de eterno. La comunicación presencial cada vez es más valorada precisamente por su escasez. Y en estos momentos la literalidad tecnológica, aparentemente, se queda.
Si bien nos está dando un servicio de supervivencia social cabe pensar en las posibles consecuencias post pandemia. Si la virtud que nos ofrece en estos momentos no estará condicionando un futuro menos humano.
La música, no sería la primera vez, se quedará para el final. Al no ser esencial para el grueso de la sociedad, permanecerá confinada hasta el último momento. Por eso, los intentos desinteresados de mostrar una actividad musical si bien son loables están socavando cualquier conato de dignificación de nuestro arte.
Un ejemplo esclarecedor es la ausencia de grandes nombres. Directores, cantantes, instrumentistas… más allá de las obligaciones contractuales de algunos colectivos en pos de mantener la actividad salarial, se han replegado en una silenciosa retirada para rehacerse y recrearse en la producción de nuevos retos de futuro.
Mientras, un ejército de advenedizos, muchos de los cuales no habían creado nada útil hasta ahora, nutren las redes sociales con su tormentosa aportación a la música, mal producida y peor ejecutada. ¿Es la multipantalla la herramienta adecuada para sobresalir? Lo es, pero no necesariamente en positivo.
Los coros ostentan el ranking de producciones multipantalla lo que ha llevado a que el ya de por sí maltrecho instrumento, socialmente desconocido en su grandeza y, por lo tanto, denostado, siga excavando su propio pozo de descrédito. No se ha podido elegir peor momento para difundir una imagen diezmada y condicionada por la precariedad.
Mientras, un ejército de advenedizos, muchos de los cuales no habían creado hasta ahora nada, nutren las redes sociales con su tormentoso producto, mal producido y peor ejecutado.
Más allá del sonido que se aleja de la realidad privando al oyente de la sublime belleza que supone la superposición de sonidos vocales, de la discrepante afinación, de la coordinación afectada y, sobre todo, la graciosa aparición de los directores batiendo el aire, la exposición multipantalla no solo no avanza en su camino de crear adeptos y llegar más claramente a quienes no conocen el coro si no que mina el posible camino que les unía.
¿Es esta la nostalgia que estamos creando para el futuro? ¿Estamos fomentando sin darnos cuenta un formato de continuidad post pandemia? ¿Acaso, como ya sabemos, este procedimiento no suple en absoluto la verdadera tarea y gozo de cantar? ¿Es tanta la necesidad de exposición?
¿Qué diría Freud?
Juan F. Ballesteros
músico y escritor (afectado)
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