El arte de entretener
Quedó en el pasado la máxima de tener conciencia de clase. Ahora, bastaría con que se tuviera alguna clase de conciencia.
Los músicos hemos transitado a lo largo de la historia por la dualidad de estos conceptos. Las clases de músicos y la clase que como músicos ocupamos dentro de la gran escala social.
En la edad media y, sobre todo, en el renacimiento pertenecer a una orden en calidad de maestro, cantor o instrumentista estaba absolutamente exento de privilegios, tanto es así que aquel que no se ajustase al canon demandado era objeto de severos correctivos económicos, cuando no la expulsión del puesto de trabajo adquirido, todo sea dicho de paso, sin ninguna obligación ni derechos contractuales derivados.
En el barroco y clasicismo no era muy diferente. Músicos como Bach, Mozart o Haydn estaban bajo el yugo de la corte o la capilla donde ostentaban una jerarquía compartida con cocineros, mozos de cuadras o jardineros. Solo bajo la contratación de un empresario y músico de la época, gozó Mozart de ciertos privilegios y libertades. Este empresario no era otro que el ínclito y nunca bien ponderado Antonio Salieri.
Entre los casos más flagrantes de presión laboral se halla el de la castración como forma de esclavitud severa para que los niños cantores pudiesen seguir ejerciendo su oficio en las capillas, toda vez que las mujeres tenían prohibida su participación activa en las misas.
Es decir, una atrocidad como la de no permitir cantar a las mujeres conllevó la creación una criatura insólita representada por los castrati.
La estandarización o mimetización de los músicos ha sido históricamente una constante y premisa para su escasa reputación. De alguna forma, ha sido esencial no llamar especialmente la atención y así evitar toda opción de emerger entre la clase dominante de las diferentes épocas.
La falaz excusa de vestir de etiqueta en un evento elitista cuando el elitismo estaba en la grada y no en escenario, ha creado una tendencia en el ultimo siglo y medio en cuanto la uniformidad de los músicos en los conciertos.
Quedó en el pasado la máxima de tener conciencia de clase. Ahora, bastaría con que se tuviera alguna clase de conciencia.
El músico no debe destacar, no debe osar erigirse como un intelectual artístico como sí pueden hacerlo con mayor margen de permisibilidad social pintores, cineastas, escritores…¡o cocineros!
Hoy en día, el panorama no ha cambiado demasiado. Durante décadas, los profesores de escuelas de música de nuestro país han desarrollado su labor docente dentro del convenio de peluquería o minería con el consentimiento tácito de todas las partes lo que ha invalidado la queja y, en consecuencia, la reparación.
En muchos eventos con la participación anecdótica de la música como complemento decoroso del acto, se exige que los músicos neutralicen su uniformidad para que no haya distinción alguna entre el camarero, portero, seguridad o pianista.
Una atrocidad como la de no permitir cantar a las mujeres conllevó a la creación la criatura insólita de los castrati.
No obstante, seguimos con la empecinada insistencia de que el músico precisa un estatuto propio, una significación de su profesión cuando no un sueldo acorde a su formación humanística y artística.
No nos damos cuenta (los músicos) que todavía somos deudores de nuestro silencios, de nuestras concesiones y pleitesías. De que somos responsables de nuestros lodos cuyos polvos ahora aventamos.
El derecho no se pone en cuestión sino el bagaje y todavía vigencia de actividades serviles y de escaso valor artístico como bandera del gremio musical que anula de facto toda reivindicación seria.
Quizás la sobrevenida e inesperada situación nos brinde acaso una excelente oportunidad para revisar todo nuestro ideario y reflexionar con cierto retiro y salubre silencio sobre la nuestra verdadera realidad.
Esta dependerá sin duda de romper con viejos y caducos paradigmas que no hacen sino dar razones sólidas a quienes solo nos ven como buffoni, tan solo por nuestra contribución al entretenimiento. ¿Lo cambiamos?
Juan F. Ballesteros
músico y escritor (afectado)
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