Valencia (por extensión, la Comunitat) es -como reza el pasodoble- la tierra de las flores, de la luz y del amor. Y me pregunto porqué Nino Bravo no optó por este topónimo antes que por el continente americano en su también famosa y alegórica canción ya que, efectivamente, todo es posible en Valencia.

Quizás la acentuación prosódica no casaba con la musical, cosa que -dicho sea de paso- no ha sido óbice para que canciones cuyos sonidos de impacto mediático nos hayan atormentado, siempre y cuando estuviesen en el idioma que -por turnos- era el más apropiado y conveniente a la coyuntura socio-regional.

Nací en Valencia, cosas del azar. Elegí el valencià/català/balear/alguerés/ rosellonés como idioma vehicular, de educación y transmisión paterno-filial, de lectura, de pensamiento, cosas de la voluntad, a pesar de mi condición de xurro. Pero con la misma libertad elijo el castellano/español/románico- dialéctico medieval para escribir este artículo, cosas de la edad.

Toda vez que extinta la Conselleria de Cultura dejara de operar, cabe preguntarse qué será lo siguiente. En Valencia, donde también brilla el tibio sol con un nuevo fulgor dorando las arenas, se ha manoseado la cultura desde las diferentes posturas y opciones gestoras. Resulta difícilmente explicable el quilombo entre cultura, ocio, lengua y folklore que ha mezclado en un cóctel poco digestivo cuyo resultado gástrico es buen efecto de la causa propiciatoria.

Un coro super profesional de facto pero institucionalmente vulnerable. Una orquesta formada por excelentes músicos pero que no acaba de eclosionar como merece. Una banda municipal esquilmada por sus propios líderes. Una red de bandas de música -milagro sociológico sin parangón- cada vez menos sostenible al que (institucionalmente) le sobra normativa y le falta corazón. Y un mundo amateur que, meritoriamente pero sin un calado cultural profundo, cada vez toma más fuerza.

¿Puede explicarse sin riesgo a hacer el ridículo cómo es posible que Valencia carezca de una red de orquestas y coros profesionales siendo como ha sido esta región productora y exportadora de talento musical? ¿Hay más necesidad de crear un Conservatorio privado que dotar de contenido (y no solo continente) al público? ¿Se puede seguir permitiendo que los jóvenes más talentosos emigren? ¿Es el Conservatorio el lugar idóneo para seguir cultivando la formación de profesionales o haría falta un Progresatorio que rompiera los moldes cristalizados del pensamiento (musical) único?

Resulta difícilmente explicable el quilombo entre cultura, ocio, lengua y folklore que ha mezclado en un cóctel poco digestivo cuyo resultado gástrico es buen efecto de la causa propiciatoria.

El ocio y la cultura no pueden sostenerse en el mismo plano de valor. Nuestra sociedad, cada vez más hedonista, da la espalda a la cultura en beneficio de un lúdico folklore. El valor de lo popular que debe ser rescatado, cuidado y fomentado (no se me malinterprete) no debiera ser otro que el de expandir lúdicamente el espacio más transversal de la sociedad en tanto que necesitada de estímulos para salvaguardarse. La cultura, por su parte, deviene en lo sublime, en lo divino que se diría antaño a falta de un adjetivo más elevado, camino de catarsis y de mejora del espíritu humano entendido antropológicamente como devenir.

Las fiestas patronales han sido -salvo en tan honrosas como escasas excepciones- caldo de cultivo de grupos que hacen un puesta en escena esperpéntica a cambio de una alta participación en el bar adyacente. Su mérito, cantar (o no) en un determinado idioma; su suerte, unos gestores poco interesados de verdad en la cultura y que entienden la lengua como un todo irreflexivo, exento de usos sensatos y bien nutridos de hueros argumentos que lo justifiquen.

¿Es el Conservatorio el lugar idóneo para seguir cultivando la formación de profesionales o haría falta un Progresatorio que rompiera los moldes cristalizados del pensamiento (musical) único?

Hemos vivido décadas de veto idiomático. No hay justificación alguna para que Raimon (y tantos otros menos mediáticos) no haya podido cantar en su tierra durante tanto tiempo. No debiera haber dependido del sesgo ideológico sino del pensamiento libre sin costuras ¿Puede cantar en Valencia Rollings Stones en inglés pero no Raimon en su idioma? La respuesta afirmativa no superaría ningún filtro de la razón y sí dar positivo en cualquier test del tres al cuarto de la supina estulticia humana.

Se alude al elitismo. Élite es un sistema social que favorece lo selecto y minoritario. Con el desconocimiento del término por parte de quienes lo usan indiscriminadamente, se entiende el nivel comparativo con las mayorías que copan los mercados (deportes e ídolos de masas sin más mérito que un fondo de inversión apostante) o tendencias fácil y rápidamente digeribles por las mismas masas. Huelga decir lo lejos del concepto de selecto que se hallan tales manifestaciones.

Paradójicamente, estas huestes son las que recaudan (y producen, admito) pingües beneficios a los capitostes mediáticos que los alimentan y es, todavía más llamativo, quienes negando el valor social de la cultura la tilde de elitista. Elitista es la factura (y la fractura) social que provoca la ignorancia argumentativa al respecto.

¿Cuánto se paga por una entrada de un partido de fútbol, por un concierto de un ídolo de la juventud? ¿Cuánto por una ópera o concierto sinfónico? ¿Qué precio tiene una sociedad que nada entre las aguas de la cultura y el pensamiento crítico? ¿Y la que no? ¿Cuál queremos ser?

Desde la sonrojante época de Joan Monleón hasta la loa exacerbada a Pep el Botifarra, ¿en qué hemos mejorado en cuanto a la gestión cultural? ¿Qué se está haciendo con el verdadero talento musical de nuestra sacrosanta terreta?

¿Cuál ha sido nuestro productivo bagaje? No hacían falta tantas alforjas para semejante viaje.

Cuando dios hizo el Edén, pensó en …América, ¡vaya!

Juan F. Ballesteros
músico y escritor