Vivir sin coro (2). La soledad del director.

Siempre he sostenido que de haber una figura prescindible en un coro esa corresponde al director.

Podemos imaginar un grupo de personas cantando sin el concurso de un líder pero un director sin coro sería cuanto menos cómico.

En otro ámbito de posibilidades, el director ha de asumir que siempre está de paso. Pueden pasar uno, diez, veinte años… pero su puesto pertenecerá siempre a la voluntad del colectivo.

Todo coro tiene el derecho pero también la obligación moral o ética de contar con el mejor director de acuerdo a sus características. Del otro lado, un director ha de saber escuchar a su intuición para reconocer el momento ineludible de que su tiempo ha finalizado al frente de un coro.

Después de dirigir todo tipo de coros desde hace 25 años, he llegado a la conclusión (absolutamente discutible y subjetiva) de que ningún director debiera permanecer más de cuatro años al frente de una institución coral. Es un período más que suficiente para lograr situar a un coro en un estadío superior y lograr que sea artísticamente competente.

El director, no obstante la pragmática anterior, también tiene su corazón y necesita exorcizar su soledad. La soledad del director es necesaria ante la liturgia de un concierto o el responso tras un logro musical.

Decía Victor Hugo que la melancolía es el placer de estar triste y, si bien los directores encontramos cierto solaz en esa dimensión, la situación actual de confinamiento social ha roto toda connotación poética de la soledad.

Nada puede sustituir la presencialidad y sin coro ni posibilidad a corto plazo nos hallamos absolutamente vacíos. ¿De qué manera podemos mantener vivas las expectativas? ¿Qué logros presentes podemos poner en liza para amortiguar semejante golpe emocional? (véase Vivir sin coro)

En primer lugar saberse creadores de nostalgias futuras y en segundo lugar y de un modo más racional fortalecernos mediante el estudio, profundizar en nuestro arte, volver a la esencia de nuestra profesión, reciclarnos y, lo más importante, pensar la música. La oportunidad no puede presentarse mejor, a pesar de todo.

Todo plan B solo sirve para desviarnos del plan A. Por eso, cualquier intento de llevar los ensayos al mundo on line, sin quitar mérito a la buena intención ni virtud al intento, es una desvirtualización de la sensata, introspectiva y serena espera. 

La domesticación ha constituido un avance en la evolución humana. El término se nos presenta bajo una especie de alegoría que poco o nada tiene que ver con su verdadera etimología. Atendiendo a la categoría animalista, nos incluiría como especie animal que somos. Cabría solamente discernir quiénes y por quiénes hemos sido domesticados.

Domesticar significa dominar o confinar (el término, hoy, adquiere nuevos contornos) en casa (domos). Y eso es lo que la tecnología está haciendo con nosotros: aislarnos cada vez más bajo sus elocuentes encantos.

No podemos obviar la realidad de que, quizás, hemos sido ya domesticados.

Ahora nos sentimos huérfanos pero se trata de una extraordinaria oportunidad de replegarnos silenciosamente, pacientemente en nuestra crisálida, esperando la verdadera asunción.

Juan F. Ballesteros
músico y escritor (afectado)

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