Eroica

Una de las cuestiones más urgentes que los músicos deben resolver es la de su cotización. Hablar de dinero se ha convertido en una suerte de llamada a la bicha, un tema del que hay que escapar en cuanto surge en una conversación.  

Esta actitud resulta cuanto menos absurda dado que los salarios de los músicos que se dedican a la docencia u ostentan una plaza en algún coro, orquesta o banda municipales son públicos y en el resto de casos vox populi en cuanto a la escasa y precaria retribución en algunos centros educativos o agencias de representación.

En este ámbito resulta espeluznantemente esclarecedora la situación contractual y de régimen sindical. No pocas escuelas de música han estado durante décadas (alguna queda) bajo el convenio de peluquería o minería, en una vergonzosa maniobra de rentabilidad económica. El resultado en términos de excelencia ha sido muy lamentable. Además, ha contribuido a generar una herencia de hábitos traspasados de profesores a alumnos con la absoluta connivencia entre explotador y explotado ora por necesidad ora por necedad.

El músico es quien determina el valor de su trabajo por lo que, en definitiva, se acepta o se lucha. El silencio cómplice frente a este atropello resta dignidad tanto al músico que la ejerce como a la totalidad del colectivo que se ve afectado en su valoración social.

Frente a esta situación no pocos músicos han abrazado la nueva mentalidad y han abandonado la senda de la mediocridad. Conviene reconocer la diferencia entre mediocridad y amateurismo. Éste es siempre útil y socialmente de alto valor porque se ejerce en el corazón, mientras aquella es la praxis degenerada por parte del músico profesional. ¿Cuál sería el precio adecuado?

Si existe un precio justo tendría que estar entre los dos polos básicos del comercio:

  1. un producto o servicio tiene un valor transaccional igual al que un comprador está dispuesto a pagar
  2. el precio del trabajo para producir un producto o servicio es tan bajo como un trabajador esté dispuesto a aceptar

Para ilustrarlo recurrimos a un par de ejemplos: un pianista, director de orquesta o cantante de primerísima línea pueden percibir por un concierto 500.000€ (de media), ¡lo mismo que un Dj en plena temporada de Ibiza, Saint Tropez o Miami! Del otro lado, ¿cuántos músicos con tanto talento como los primeros aun con menor repercusión mediática aceptan trabajar por paupérrimas o nulas cantidades con el cansino argumento de la promoción?

El músico es quien determina el valor de su trabajo por lo que, en definitiva, se acepta o se lucha. El silencio cómplice frente a este atropello resta dignidad tanto al músico que la ejerce como a la totalidad del colectivo que se ve afectado en su valoración social.

En el centro, donde se halla siempre el equilibrio, están quienes no aceptan según qué salarios, los que saben decir no, los que no quieren jugar en una liga inferior, lo que no serán, por tanto, considerados músicos de segunda, los que piden (con entrega) y se les da (con amor), los que saben quiénes son y los que saben quiénes no…

En contra de la creencia generalizada, no somos héroes. Los músicos carecemos del poder de la saciedad, visión nocturna, bilocación, hiperacusia o insensibilidad térmica. La carencia de estas facultades las suplimos alimentándonos, iluminando nuestras casas, trasladándonos de un lugar a otro mediante artefactos móviles, utilizando la telefonía y abrigándonos. 

Todo ello, como el resto de los mortales, lo conseguimos con nuestro aporte económico al sistema. De igual modo que un abogado, albañil, panadero, mecánico fresador o médico, los músicos obtenemos beneficio económico a través de nuestra actividad profesional, entendiendo el término como garantizador de calidad. Es frecuente observar la sorpresa que en algunas personas resuena cuando los músicos tratamos de ofrecer nuestro  trabajo a cambio salario económico y que no nos baste con el salario emocional. Aunque, lamentablemente, no es exclusivo de nuestros tiempos sino rescoldo de un pasado escasamente superado. 

En las cortes y capillas de la Europa más culta previa a la Ilustración, un músico como Mozart o Haydn tenían el mismo estatus laboral que el cocinero, cochero o mozo de cuadras, es decir, un servil garantizador de ocio.

Huelga decir que el hecho de que nuestra profesión tenga una base vocacional (acaso tanto como otras), que hayamos ofrecido nuestros servicios de manera altruista como pago a nuestra formación y experimentación, no obsta para no ser capaces de superar el estadío formativo y exigir lo que cualquier otro profesional recibe sin que por ello nadie pestañee nerviosamente. ¿Es un abogado, albañil, panadero, mecánico fresador o médico un mercenario por recibir honorarios por su trabajo? Los músicos tampoco.

Es frecuente observar la sorpresa que en algunas personas resuena cuando los músicos tratamos de ofrecer nuestro  trabajo a cambio salario económico y que no nos baste con el salario emocional.

El valor corresponde al músico y, por tanto, encontrará su precio ofreciéndose como valor, convencido con su ser, ofreciendo con el máximo amor (sin que por ello sea siempre comprendido entre los suyos) y recibiendo su pago como corresponde.

Héroe no es quien vence a los demás, quien sobresale a costa de otros, no es quien se erige como único garante del merecimiento. Héroe es el que se vence a sí mismo y no depende del consejo de los que han sido domesticados.

Juan F. Ballesteros
músico y escritor

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