No estamos locos, pero ¿sabemos lo que queremos?

– Buenos días, ¿en qué puedo ayudarle?
– Buenos días. No me van bien las cosas.
– ¿Qué cosas?
– Las que quiero. ¡Quiero tener éxito como músico!
– ¿Qué clase de éxito?
– Pues éxito.
– ¿Dinero?
– Bueno, va unido, ¿no?
– ¿Notoriedad?
– ¡Claro!
– ¿Por qué considera que no tiene éxito?
– No me valoran.
– ¿Quiénes?
– Pues, los demás.
– ¿Todos los demás?
– Bueno, sí…Nadie me ayuda.
– ¿Ni siquiera usted mismo? ¿Tampoco la gente que le quiere?
– Yo sí. Y los míos… pero ¿qué pueden hacer?
– ¿Usted tampoco?
– Yo ya he estudiado. He hecho mi parte.
– ¿Cuál es su rutina diaria?
– Por las mañanas estudio y por las tardes trabajo.
– ¿Dónde trabaja?
– Enseño música.
– ¡Enhorabuena! Entonces sí que tiene éxito.
– Ya. Pero yo quiero triunfar como intérprete.
– ¿Cuál es su horario laboral?
– De lunes a viernes de cuatro a diez. Algunas mañanas y sábados imparto clases particulares.
 – Así que, parece que le gusta lo que hace ya que incrementa su horario con extras.
– No. Preferiría no dar clases y dedicarme a la interpretación.
– Ya veo.
– Es que para mí es vital, es mi pasión.
– ¿Ha pensado en renunciar a su trabajo para entregarse a su pasión?
– ¿Cómo dice? ¿Está usted loco?
– Lo digo en serio.
– ¿Tendré que vivir de algo?
– Podría hacerlo de su pasión, ¿no?
– No lo entiende.
– Entiendo que quiere triunfar como intérprete pero no pagar el precio que le llevaría a ese triunfo.
– Bueno, yo… soy bueno como intérprete, no debería esforzarme para ello. Yo ya…
– Sí. Usted ya ha hecho su parte.
– Sí.
– Usted quiere jugar en la liga de los concertistas.
– Exacto.
– Pero entrena en la liga de los profesores.
– De momento.
– ¿Cuántos conciertos quiere hacer al año?
– Quiero hacer cada semana pero por el momento hago los que me permiten las clases.
– Y usted, ¿cuánto se permite?
– No entiendo.
– Entiendo que usted quiere hacer más conciertos pero que deposita su disponibilidad en sus clases.
–  Sí, imagino…
– Le suena la frase “no se puede servir a Dios y al dinero”.
– No soy creyente.
– No importa, es una metáfora.
– ¿Qué quiere decir?
– No hay un sentido literal en esta frase. Significa que el foco se debe poner en un sentido para desarrollar aquello que se quiere conseguir. No tiene nada que ver con elegir entre lo espiritual o lo material. Se trata, simplemente de elegir lo que se quiere y dejar al margen todo lo demás. Como en el amor…
– Eso es muy bonito pero yo no me lo puedo permitir.
– Muy bien, es la hora. Buenos días.

Juan F. Ballesteros
músico y escritor
Extracto de “¿Qué vende un músico?

La música en vivo: paradigma Ibiza

Definir la música es una tarea de cierto riesgo. Llamamos genéricamente música clásica a la codificada en los últimos ocho siglos cuando el período clásico no fue  mucho más allá de medio siglo.  Del mismo modo, definimos música contemporánea a aquella que sucedió a partir de Stravinsky. Y nos quedamos tan anchos.

Para clarificar este entuerto, algún musicólogo suicida hizo una disertación entre la música culta y su contraria. La contraria, afortunadamente y seguramente por decoro, se quedó sin etiqueta. Así quedaron fuera otras músicas que, para calificarse, necesitaban formar parte de un currículo académico. Más tarde (siempre tarde en el sur de Europa) entraron en el espectro académico músicas como el folklore (que no lo étnico), jazz y, posteriormente, flamenco. (todavía no lo ha hecho el pop y el rock).

Lo anteriormente dicho no obsta para parapetarnos en una obligada reflexión acerca de la idoneidad de pasar estas tendencias musicales por lo académico si no es desde un prisma absolutamente novedoso y fuera de la enseñanza estandard que conocemos. No pocos centros ya han optado por un cumplimiento normativo adecuado a los tiempos quitándole el polvo a la enseñanza histórica que, si bien tuvo su valor (de allí venimos todos) conviene revisar. Estos centros, curiosamente, ya no se auto denominan Conservatorio. El término, como tal, ha caducado.

Esta querelle histórica nos abre el camino a otros términos como son la música en vivo, donde, también bajo un argumentario falaz, pensamos en la música de pequeño formato interpretada en lugares de escaso aforo y, preferentemente, por intérpretes de la mal llamada (no acertamos con los términos) música moderna. Así, y no por obvio, no está de más recordar que música en vivo es la que se ha hecho durante toda la historia de la música.

Una fiesta pagana, rito iniciático o culto religioso de la antigüedad (o de nuestros días), una ópera, una sinfonía en una sala de conciertos, un drama sacro en una capilla, un marco concierto de Bruce Springsteen o un unplugged (800 años de música desenchufada convierte en cómico el término) de Jorge Drexler… todo es música en vivo. También caemos en la tentación de pensar erróneamente que la música en vivo tiene lugar, preferentemente, en espacio abierto.

Este cóctel de conceptos, lugares comunes, falsas verdades y mentiras arriesgadas, tiene su eclosión en lugares como Ibiza. Paradigma de la música del más variado pelaje donde por defecto se ubicaría la música en vivo en lugares de ocio como bares, restaurantes, terrazas, paseos, plazas, … y que ven mermada su capacidad de actuación por normativas inexplicables. No porque lo sean per se, sino porque aluden a un equívoco manifiesto del concepto mismo de la música.

Dichas normas no permiten que, como ocurre en países más civilizados culturalmente, podamos disfrutar de la música no solo en los teatros y auditorios, sino que -muy al contrario- podamos ser cómplices de un actuación de soul, jazz, pop, música clásica (sea lo que signifique el término), música barroca (sea lo que signifique el término), música contemporánea (sea lo que signifique el término), … sin miedo a que la policía (ubiquémonos, siglo XXI) desmantele la sesión.

Sin embargo, esas mismas normas que -supuestamente- debieran reflejar alguna condición sancionable basada en los decibelios, es laxa a la hora de permitir que la música enlatada (ya sea puramente mecánica o mecánicamente accionada por un humano) se cuele en nuestra vida cotidiana no sin una invasión a la salud auditiva, al equilibrio emocional y cognitivo y a la salubridad social por una estética poco empática con la verdad. Lamentablemente, no hay programación cultural sin música artificial.

Esto nos lleva a los filtros que se utilizan para la expansión de propuestas musicales. El primero debiera el que el criterio de cada autoproclamado artista se atribuya. Al no suceder, el segundo filtro institucional o propagativo adolece de un criterio mínimo cualitativo basándose en cuestiones crematísticas que suele tener una consecuencia directamente proporcional a la calidad. No obstante, en Ibiza, el plantel de ejecutantes ( el término, en ocasiones, es literal) de música, seguimos encontrando a quienes han creado un mercado low cost-low quality, cuando no un trueque de barril para mayor gloria de los propietarios de determinados bares. Todo ello soportado y avalado por escuálidas asociaciones.

Nuestro camino para acercar la música al púbico más diverso es mantener la honestidad, compromiso y respeto al arte sonoro (quizás sea este el término que aglutine) frente al vacío de los sonidos de impacto mediático. Y, precisamente, la mejor forma de hacerlo sea interpretado nuestra música en los espacios dónde tiene lugar el encuentro social (pequeños locales, espacios de ocio, etc.) y no solo en los grandes auditorios. Siempre y cuando, obvio, se entienda que el marco no determina la calidad siendo esta la máxima premisa y objetivo de cualquiera que se atreva a subir a un escenario. No todo vale.

Quizás no se nos conozca en Ibiza por nuestra cultura musical aun siendo como es que grandes intérpretes, compositores, directores, han salido (o entrado) de la isla. Quizás nunca saldremos de esta zozobra que nos carcome. Quizás no merecemos otra cosa. Quizás hay que desistir. Pero, sin duda, hay que decirlo.

Juan F. Ballesteros
músico y escritor

Anima sonora

Después de todo, la tecnología no nos ha salvado. Los Coros seguimos en un estado donde habita el limbo legal y sentimental.

Bien es cierto que la necesidad de volver a cantar y, sobre todo, de compartir el compromiso social que de los Coros deviene nos lleva a una aparente precipitación, una irrefrenable actitud de volver cuanto antes.

El primer confinamiento ha servido (utilizo el verbo con todo respeto y prudencia) para darnos cuenta de lo que perdimos, de lo que siempre hemos disfrutado como dado y tomado sin permiso. Ahora nos damos cuenta de la importancia de la presencialidad. Esta ha sido sustituida por la única forma posible, esto es, la tecnología excepto para los que prefirieron tomar en consideración la loable alternativa del silencio. 

La experiencia de los Coros ha sido medida en unos contornos limitados: entre el entretenimiento y la desesperación. El porcentaje de coralistas que han participado en la experiencia tecnológica ha sido porcentualmente pírrica y el tiempo empleado por los directores en maquillar el sonido resultante bien podría haberse invertido en el estudio, la formación y la gestión con vistas al futuro.

Después de todo, la tecnología no nos ha salvado. Los Coros seguimos en un estado donde habita el limbo legal y sentimental.

El trabajo empático del Coro, la afinación, entonación fina, empaste, color, respiración gregaria, desarrollo sensitivo, construcción sonora, etc… ha sido borrado de un plumazo en pos de una inútil sobrexposición y desnaturalizada acción coral. En la nueva fase, los ensayos por pequeños grupos toman el relevo a la multipantalla.

Cuando regresemos,  el trabajo realizado no servirá en el mejor de los casos y, en el peor, habremos creado una dinámica donde la grandeza del hecho sonoro habrá sido derivada a un segundo orden de importancia. La reconstrucción sonora del Coro será dura en no pocos casos. Algunos Coros quedarán diezmados. Otros, tristemente, desaparecerán. Por eso, este momento de incertidumbre ha de servir para encontrar herramientas a través de la formación, del estudio, de la reflexión… para hacer útil la espera.

Los ensayos parciales nunca han tenido demasiado sentido si no es para algún director se aprenda las obras a dirigir. La música sucede en tempo, la armonía lo es porque armoniza, el ritmo depende de su contrario… por lo tanto ¿qué sentido ha tenido históricamente el ensayo parcial por cuerdas y qué utilidad tiene hacerlo en grupos cada vez más reducidos a través de la red?

Un Coro debería ensayar siempre con todos sus componentes para que los ítems que intervienen en el sonido se desarrollen conjuntamente. Se aducirá que la dificultad de una obra justifica los ensayos seccionales, pero, aquel Coro que necesite parciales para el montaje de la H-Moll Messe de Bach, quizás, no debería interpretarla.

El tiempo empleado por los directores en maquillar el sonido resultante bien podría haberse invertido en el estudio,

Estamos construyendo, acaso sin saberlo, un futuro incierto basado en la individualidad por encima del interés del grupo, en el factor mediático en lugar del de la sana introspección, en la necesidad de emerger en lugar de la conciencia de futuro.

Nuestra liga no solo es amateur sino marginal, en el mejor de los sentidos. No debemos seguir pretendiendo que nos tengan en cuenta. Si hasta ahora no se ha hecho, podemos olvidarnos a menos que cambiemos nuestro obsoleto sistema de supervivencia.

Sin embargo, tenemos una buenísima ocasión para para crear de una vez por todas una verdadera hermandad coral donde lo importante sean las personas y los directores meros propiciados de buenas prácticas tanto sonoras como humanas.

Juan F. Ballesteros
Músico y escritor

La Pasión según el BOIB

Que el canto coral agoniza es un hecho constatado. La enfermedad está siendo larga y el final parece poco esperanzador. Lo peor no es que las instituciones no hayan sabido sopesar el impacto sociológico que el movimiento coral ostenta. Lo peor, es que desde los propios coros no hemos sabido transmitir otro mensaje que el de la queja sin soluciones.

La pandemia será loada como el momento que nos permitió elevar la queja y señalar con el dedo a quienes nunca nos han escuchado. Pero lejos de la ironía subyacente, está la realidad de que no hemos sabido fortalecernos como colectivo. El asociacionismo ha recobrado vigor los últimos meses pero han sido tan hueros sus resultados como el de las décadas anteriores.

Quizás, si no hemos sido capaces de que las instituciones nos escuchen habrá que pensar si hemos sido lo suficientemente creíbles para ello. Mirarnos el ombligo. Ser autocríticos para, consecuentemente, poder criticar.

Nuevamente, el colectivo coral pierde una oportunidad valiosísima de recobrar su dignidad que, por mucho que nos neguemos a admitir, se perdió hace mucho tiempo.

¿Dónde estaban las manifestaciones más o menos enfáticas que reclamaban un asociacionismo para salvarnos de la debacle que se cernía como una sombra densa e ineludible?

¿Cuándo se propuso una acción preventiva para evitar los paliativos que ahora nos induzcan a una desaparición más o menos digna?

¿Dónde estaban los adalides de la élite coral para utilizar su foco mediático en pos de un mundo coral balear sólido?

Concedo que mi discurso es apocalíptico pero no en los términos que se utiliza como final trágico sino en su verdadero significado etimológico: Apocalipsis, quitar el velo, acción de descubrir. Es el momento de revestirnos de fuerza, de repensar nuestra fuerza social, de emanciparnos de todo conato de acción estéril.

Ahora podemos reinventarnos y resurgir de nuestras propias cenizas como un colectivo fuerte, ¿o estamos más cómodos quejándonos y esperando que otros nos salven?

Las asociaciones, federaciones, confederaciones, …existen desde siempre sin que nunca nos hayan salvado de ninguna crisis. Se han erigido en cada fase de desesperación como una tabla de salvación que ha devenido en inútil.

La pasión no se legisla y cuando se hace duele, pero nadie nos salvará si no emprendemos una acción desde la individualidad de cada colectivo.

Cada coro tiene la responsabilidad de hacer pedagogía social, primero en su círculo más cercano que como ondas redundantes puedan alcanzar cada vez más espectro de la sociedad.

Cada director tiene la obligación moral de hacer que los coros que dirigen ofrezcan una imagen sonora y social de máxima calidad dentro de cada posibilidad. Somos los directores los garantes de lo que en la comunidad coral acontezca.

El confinamiento se ha convertido en un triste acontecimiento donde no pocos coros y directores han ocupado el tiempo en divertimentos multipantalla. Otros pocos, han utilizado este tiempo para la reflexión y el fortalecimiento cuya forma más elocuente es el estudio y la profundización de nuevos proyectos musicales para el regreso.

Este regreso se hace esperar y toda la ilusión por volver, si bien es absolutamente necesaria y loable, nos está haciendo caer en la precipitación que nos impedirá de nuevo lograr nuestros retos como colectivo.

La pasión no se legisla y cuando se hace duele

No soy médico, ni científico, ni técnico, ni político. Soy simplemente un director de coro que no tiene menos ganas e ilusión que otros por seguir disfrutando de la música cantada. Pero no me siento representado por quienes se erigen como salvadores de un colectivo maltrecho, por quienes nunca han producido nada y ahora pretenden sacarnos de esta espiral de desesperación.

Por tanto, no tengo más solución que cultivar mi ilusión para que no decaiga, fomentar el estudio para ser mejor cada día y esperar a que todo pase.

Jugamos una liga coral amateur donde nadie es más que nadie (ni menos) y donde lo social juega un papel determinante. Muchas personas se han descolgado durante el confinamiento ora por no tener buena relación con la tecnología ora por no poder disfrutar de la parte social de compartir los ensayos, con todas las concomitancias extra musicales que los hacía únicos.

Cada director tiene la obligación moral de hacer que los coros que dirigen ofrezcan una imagen sonora y social de máxima calidad

Durante los últimos años no hemos logrado ostentar un grado de efectividad y elocuencia suficientes para poder entablar una intercomunicación institucional. Como colectivo hemos vendido una imagen empobrecida cuando nuestro colectivo es absolutamente rico en recursos humanos, como masa social y, por supuesto, como actividad musical necesaria.

Hemos errado el tiro cada vez que mostramos nuestro lado reivindicativo sin método, sin estrategia o sin argumentos porque para quejarse -parece que lo olvidamos- hay que revestirse de razones sólidas.

En estos días se ha convocado una reunión precipitadamente, visceralmente, muy poco empática donde los coros de las islas pequeñas nos hemos quedado descolgados e incapaces de reaccionar.

La crisis coral no la ha provocado el BOIB ¡hasta ahí podríamos llegar! tampoco el covid-19, aunque sí que la ha acentuado. Nuestra crisis es endogámica y transversal desde hace ya demasiado tiempo. La crisis sanitaria sobrevenida nos ha dejado huérfanos de posibilidades por eso no podemos esperar que ante tamaña tragedia la solución venga dada por decreto.

El mundo coral no es mediático, por tanto no es esencial. En definitiva, importa poco, no soy ingénuo. Pero tenemos algo que los entes mediáticos no tienen: libertad. Decidamos nuestro futuro, no esperemos a que lo haga por nosotros.

Apúntenme en la lista donde estén las personas que han creado un tejido coral y social veraz, donde estén los colectivos que desde la periferia, la sombra, sin focos mediáticos, han trabajado incansablemente por mejorar nuestro mundo coral. Entre quienes han sido creativos, han motivado un economía adyacente.

Bórrenme de cualquier lista donde la exaltación sea bandera, donde la queja sin criterios sea norma y, sobre todo, donde no se busquen los intereses comunes más allá del propio elogio personal.

Mientras tanto, discúlpenme. Voy a seguir estudiando.

Juan F. Ballesteros
músico y escritor

Sobrevivir vs Supervivir

El paradigma de conformidad Asch (Solomon Asch 1907-1996, pionero de la psicología social) explica la paradoja mimética del comportamiento humano donde la reflexión y libre albedrío queda disuelto en la conformidad grupal.

Uno de sus experimentos sociales más conocidos es el del ascensor. Un sujeto de estudio entra en un ascensor e inmediatamente se va llenando con actores conocedores del experimento. En un momento determinado, todos los actores dan media vuelta o vuelta entera y se quedan mirando una de las paredes del ascensor. El sujeto los mira atónito y nervioso (ocurre en casi todos los casos) y poco a poco va adoptando como natural los movimientos de los actores. Incluso, si todos se quitan el sombrero él hace lo propio.

¿Cuál es la conclusión? Entre otras muchas que explicaría mejor la psicología conductiva, que somos seres sociales en el sentido de pertenencia a un grupo o tribu donde el pensamiento gregario se impone al pensamiento individual.

Este experimento o constatación de la realidad social es muy esclarecedor a la hora de ejercer nuestra libertad como individuos anónimos y llevado al terreno musical nos ofrece una panorámica de la falta de originalidad (no confundir con excentricidad) de la que muchas veces -a pesar de nuestra creencia de ser seres artísticos- carecemos. 

El músico que se sale de la conducta del rebaño es siempre sospechoso. La originalidad no es puesta en valor si es ajena, cuando la historia de la música nos ha ofrecido una larga lista de músicos que se han alejado de lo convencional y que son y serán los más recordados del espectro musical. Glenn Gould, Leonard Berstein, Carlos Kleiber, Mischa Maisky, Teodor Currentzis, Ara Malikian, Paco de Lucía… y un largo etcétera son ejemplo de ello. ¿Quién se acordará de los aburridos estandarizados, de los salvaguardas de la tradición de los de “como toda la vida”? O lo que es peor, ¿de los que ejercen la excentricidad para ocultar sus carencias artísticas? (Omitimos nombres).

somos seres sociales en el sentido de pertenencia a un grupo o tribu donde el pensamiento gregario se impone al pensamiento individual

También son juzgados como abyectos ateos de la tradición los que osan entregar su tiempo, energía y pasión a proyectos que no pasan por estudiar una oposición y aspirar a un puesto de trabajo de por vida que solo deberían ostentar los que amen la profesión sagrada de la Educación. La adhesión al grupo juega un papel determinante en las libertades ya sean en cuestiones mundanas o cotidianas o en el comportamiento social a escala global donde el individuo cada vez es más influenciable y, por tanto, menos libre.

Otro experimento de Asch es el de la prueba de visión donde se muestra una serie de líneas verticales numeradas de diferente longitud a un grupo de personas entre las cuales se encuentra -sin saberlo- el sujeto de estudio. Se trata de emparejar según su longitud una de las líneas con otra dada.

Las personas que forman parte del experimento ofrecerán emparejamientos incorrectos a lo que el sujeto de estudio superará la incomodidad que le supone estar en disconformidad admitiendo como el resto un emparejamiento erróneo.

¿Quién se acordará de los aburridos estandarizados, de los salvaguardas de la tradición de los de “como toda la vida”?

El control de la psique humana es vieja como el mundo. Zhao Galo (poderoso guerrero chino, oficial durante la dinastía Qin que murió en el 207 antes de la era común) exigía lealtad a sus súbditos mediante el aforismo toma un ciervo y llámalo caballo.

¿Estamos seguros de que nuestras decisiones son tomadas con absoluta libertad? ¿seguimos un camino que no nos pertenece y que, por tanto, nos aflige y nos condena a vivir sin paz? ¿elegimos desde el amor o desde la conformidad ajena? ¿a dónde nos ha llevado ser como se espera que seamos? ¿quién que haya triunfado no ha roto los moldes?

Sobrevivir es vivir por debajo de nuestras posibilidades. Supervivir es ser lo que queremos ser.

Cuestión de elección.

de Qué vende un músico

Juan F. Ballesteros
músico y escritor (afectado)

Valor y Precio del Director de Coro

Una de las estrellas más rutilantes de la dirección de orquesta mediática percibe del orden de un millón de euros por concierto. Seguramente, este dato puede hacer que las personas ajenas al mundo de la música se lleven las manos a la cabeza. No obstante, lo preocupante no es esto. Lo es que muchos músicos también lo hacen.

La cotización de los músicos sigue siendo un tema controvertido, toda vez que se nos sigue situando (y, en parte, porque lo aceptamos) entre los límites perceptivos del entretenimiento. Nadie duda del posicionamiento de una figura de la música de impacto mediático en términos de salario económico, como tampoco de su realización personal en términos de salario emocional.

En la órbita de la música de evolución clásica sigue siendo una especie de tabú hablar de una cotización al alza ya que nuestro salario emocional debiera compensar con creces cualquier otra consideración materialista. Esto ocurre muy especialmente en el mundo musical de proximidad (los coros vocacionales) donde los directores de coro no salen, precisamente, bien parados.

Todavía existe en el pensamiento coral colectivo que un director de coro se realiza tan solo ejerciendo su labor musical sin atributos crematísticos que lo sustenten. En nuestro país, y salvo tan honrosas como escasas excepciones, los directores nos hemos formado de una manera muy precaria y ello ha conllevado ciertos tics que en poco o nada nos han beneficiado.

Todavía hoy son numerosos los conservatorios (¿por qué no “progresatorios”?) y centros especializados de música cuyos catedráticos y profesores de dirección coral jamás dirigieron un coro como titulares y, muy esporádicamente (en algunos casos, nunca), como tangenciales invitados. Desde este prisma, hemos emergido en un caldo empobrecido que, obviamente, ha tenido una repercusión apreciativa en la sociedad colindante.  

En honor a la verdad, cabe decir que los directores hemos tenido que (re) formarnos fuera de nuestro país una vez concluidos los estudios reglados . Por tanto, la aceptación de trabajos de supervivencia en unos casos, experienciales en otros, nos hay llevado por una deriva en cuanto al posicionamiento que los directores de coro tenemos, incluso, entre la comunidad musical en general. 

Esta es una parte de la realidad: los directores, carentes de instrumento físico diario como sucedía en nuestro estudio en la especialidad instrumental, hemos tenido que construir nuestra marca personal artística desde los sótanos de la actividad sonora en una espiral viciosa de la que muchos no han logrado emerger.

Esta etapa de la formación activa del director se ha correspondido en la mayoría de los casos con la moneda del agradecimiento y bondades emocionales, absolutamente necesarias pero poco nutritivas. Quienes han superado esta etapa, se han visto en la tesitura de tener que justificar continuamente la obviedad de la transacción económica. Los más valientes, reivindicando y no trabajando por menos de lo mínimamente digno. Otros, sucumbiendo a la única realidad alcanzable.

¿Qué hemos podido hacer mejor los directores a la hora de validar nuestro trabajo a través de un salario económico y no solamente emocional? ¿Hasta qué punto somos responsables de que todavía hoy haya directores y directoras de coro que no perciben remuneración alguna por un trabajo tan especializado?

Huelga decir que los advenedizos sin formación que gozan del permiso de dirigir tan solo porque no perciben un salario socavan de una manera terrible las posibilidades de redención de un colectivo profesional. ¿Cuánto vale un director? ¿Quién lo decide? ¿Deben todos percibir lo mismo? ¿Qué papel juega el valor frene al precio?

Toda queja que se precie, para ser justos, debe tener una concomitante lectura de autocrítica. En este sentido cabría preguntarse si la transacción entre el valor que un director ofrece a un coro y la respuesta económica subsidiaria se hallan en un perfecto equilibrio.Un coro de proximidad requerirá un director altamente cualificado para sostener, emancipar y hacer crecer al colectivo. La excusa de que un coro modesto tiene suficiente con un director de la misma categoría no se sostiene.

¿Son los directores conscientes de su posición dentro de un colectivo socio-musical? ¿Están ofreciendo aquello que les permita exigir un sueldo que justifique su trabajo en términos de producción? ¿Con qué parámetros se mide la relación contractual de un director en relación al producto artístico consiguiente? ¿Son los directores que tienen a su cargo o tutela jóvenes aspirantes, ayudantes, subdirectores, … lo suficientemente generosos y justos de acuerdo con el trabajo que realizan? ¿Estamos, en fin, estimulando cada uno desde nuestra posición una atmósfera propicia para alinear el precio y el valor de un director de coro?

En una economía de mercado, el precio de un producto o servicio no solo depende de la oferta frente a la demanda. El precio de un producto o servicio, en última instancia, depende de lo que un consumidor esté dispuesto a pagar por él.

Como directores, deberíamos tener muy claro cuál es el valor que aportamos a un coro y ser capaces de transmitírselo ante una eventual contratación. Los coros, como entidades (públicas o privadas) debieran acostumbrarse a que tener un buen director a un precio alto para que el coro tuviese un verdadero valor.


Un coro de proximidad requerirá un director altamente cualificado para sostener, emancipar y hacer crecer al colectivo.

Además, debería instaurarse como práctica habitual y generalizada  la figura del subdirector (que no, jefe de cuerda que hace las veces de director sustituto) remunerado, de manera que la formación post conservatorio de los aspirantes a directores puedan ser valorados desde sus inicios.

Los resultados en el corto plazo no tardarán en ser evidentes: un mundo coral más cualificado. Los directores valorados y los coros con más posibilidades de revalorizar su servicio como consecuencia de una mayor cota de resultados musicales y, por tanto, facturables.

Acepto el argumento de que no todos los coros podrían hacerse cargo pero, de entrada, estoy convencido de que son más los que podrían que los que no. Algo debe estar ocurriendo para que no nos detengamos a pensar si el precio final nos lo están imponiendo o lo estamos condicionando con nuestra actitud pasiva y, por tanto, lesiva para un colectivo.

¿Son los directores que tienen a su cargo o tutela jóvenes aspirantes, ayudantes, subdirectores, … lo suficientemente generosos y justos de acuerdo con el trabajo que realizan?

El valor, es el elemento diferenciador. ¿Qué valor aportamos? Y, sobre todo, qué estamos dispuestos a aceptar bajo los parámetros de nuestro valor. Me viene a la memoria una curiosa anécdota:

En una ocasión, un músico recibió una llamada de un empresario para realizar un recital de una hora de duración en uno de sus hoteles. El músico solicitó mil euros por sus servicios. El empresario, espantado, exigió un desglose del precio en sus conceptos, dado que no podía entender que una actuación de una hora tuviera ese coste. El músico, por su parte, le envío una factura detallada de sus servicios, a saber: concepto uno, interpretar durante una hora, cincuenta euros; concepto dos, saber qué interpretar durante una hora, novecientos cincuenta euros.

Juan F. Ballesteros
músico y escritor (afectado)

Encuentros en la 3ª Fase

Conviene revisar con frecuencia los propósitos ante la inminencia de su cumplimiento puesto que, cuanto menos, pueden ponerse en marcha desprevenidamente o, cuanto más, haber sido superados por otros más propicios.

Es lo que pasa en el mundo coral que, eminentemente, es vocacional, amateur (de amadores), a pesar de que los sueños de algunos directores navegan por una profesionalidad ora fingida ora irreal. Nuestro hábitat es el maravilloso mundo amateur, aunque tan sufrido y estigmatizado socialmente.

Siendo así, la vocación de compartir música supera en el instrumento-coro la expectativas de otros orgánicos, simplemente porque la reproducción del sonido pertenece  exclusivamente al concurso del cuerpo (del ser) donde la vivencia emocional, por consiguiente, ostenta el summum de la experiencia estética musical.

No obstante lo anteriormente dicho, esta experiencia es en esencia subsidiaria de la comunión entre cantores. El coro, como foro social, subsiste por la cooperación de la comunidad de cantantes. Los ensayos, con sus momentos previos, las pausas compartidas, los viajes, las comidas fraternales, los éxitos (sea lo que sea el éxito) y los fracasos (sea lo que sea el fracaso) y, por supuesto, compartir con nuestro público el trabajo realizado con tesón durante semanas, meses e incluso años.

Conviene revisar con frecuencia los propósitos ante la inminencia de su cumplimiento

Un coro no se dirige. Un coro se construye, se esculpe en su estructura social, se tejen sus emociones, se explora su sonido. Dirigir un coro es una búsqueda constante de la belleza. Dirigir un coro no es conformarse con un sonido precario, no es activarlo con la participación escasa de sus miembros, no es exponerlo a un vacío existencial, efímero y contrario a los propios principios de la acústica y de la estética (si no son la misma cosa).

Cualquier intento de de evocar los momentos mágicos de la experiencia coral caerán en una insuficiencia letal. No se duda de la buena intención, pero cuesta entender el objetivo último de la tendencia al mundo virtual.

Un ensayo con diez personas, no es un ensayo. Un cantor que canta mientras el resto tiene muteado el volumen, no es un trabajo de concertación. Un director dirigiendo al aire, no es un conductor del sonido…Si a todo ello le quitamos, además el elemento sustancial de la motivación social de compartir momentos, ¿qué nos queda? Toda vez que solo un porcentaje pequeño está asistiendo a estas clases on line estamos fomentado, acaso, un formato disuasorio de coro.

La alternativa, no es halagüeña, lo admito. Pero esperar a que vuelva el momento de compartir físicamente el espacio y el sonido puede ser una alternativa tan digna como cualquier otra.

Cualquier intento de de evocar los momentos mágicos de la experiencia coral caerán en una insuficiencia letal.

Aún así, algunos coros ya han vuelto a los ensayos presenciales, en pequeños grupos, enmascarados y sin valorar las consecuencias que puedan derivarse de apresurarse. Si no podemos estar todos, ¿realmente merece la pena? Me produce cierta zozobra y, por qué no decirlo, tristeza pensar en un ensayo coral sin expresión facial y un riesgo que, hasta ahora, no parece que nadie vaya a asumir ante una eventual enfermedad sobrevenida. 

Quizás, es momento de recordar lo vivido y soñar en repetirlo lo antes posible, puesto que mediante el uso abusivo de la tecnología en ensayos diezmados y audiciones corales con un sonido irreal, quizás, estamos quebrando poco a poco la magia que todos y todas ansiamos.

No acostumbremos al público a estas experiencias sonoras. No disuadamos al público advenedizo. No pongamos nuestro ego por delante la la música.

Entre los encuentros en la 3ª fase y una fase donde no falten terceros #YoMeEspero

Juan F. Ballesteros
músico y escritor (afectado)

Awakenings

Oliver Sacks, químico, neurólogo, divulgador y escritor británico (1933-2015) dejó un legado literario relacionado con sus experiencias médicas de hondo calado humano. Entre sus libros más importantes está el autobiográfico Awakenings (Despertares) que fue llevado al cine y protagonizado por Robert de Niro y Robin Williams.

Un emocionante relato de la lucha de este doctor por dignificar a enfermos desahuciados en un hospital del Bronx (New York) a los que atendió a finales de los sesenta, afectados por una parálisis con un factor común en el diagnóstico: encefalitis letárgica. Sacks definía a estos enfermos como personas atrapadas por la enfermedad que luchan por preservar su identidad.

Estos enfermos mostraban un cuadro de parálisis, una especie de estado catatónico que -en algunos casos- se había prolongado durante décadas. 

El doctor Sacks, no obstante, buscó la dignidad de estos enfermos tratando de encontrar un hálito de humanidad más allá de las funciones biológicas básicas. Buscaba estimular las capacidades superiores como pensar, expresarse, caminar o hablar, no sin el escepticismo de sus colegas médicos.

Mediante la debida estimulación y complemento químico, el doctor Sacks abrió una vía a la esperanza. Durante un tiempo muchos enfermos mostraron evidencias de mejora: se levantaron de sus sillas de ruedas, caminaron por los pasillos del hospital, volvieron a hablar… volvieron a ser personas.

Los resultados a largo plazo fueron menos optimistas. Hubo despertares durante los siguientes años. Algunos se mantenían en el tiempo, otros eran intermitentes. Pero después de tantos años de letargo se abrió una puerta a la esperanza. El doctor Sacks trabajó incansablemente en este proyecto hasta su muerte en  2015.

Silencioso es más exacto que invisible

François Jullien

Esta fascinante historia bien resume un hecho que, salvaguardando todas las distancias, tiene parangón en el aletargamiento que la sociedad -como ente vivo- va arrastrando desde hace demasiado tiempo acomodado como está en la observación sin reflexión, en la deriva existencial y en la consolación zafia frente al que se halla en una situación más desfavorable. 

Los medios de comunicación, las redes sociales y determinada música alienante hacen su fabuloso papel de contribuir a este estancamiento. La globalización no ha conllevado la promesa de una civilización fraternal y la economía fagocita con sus fauces bursátiles todo conato de visión humanística.

Pero este panorama desolador es solo una parte. La visible, la enfocada y la que cual mito de la caverna nos tiene lo suficientemente entretenidos y hastiados como para salir a ver qué otro mundo nos espera afuera.

Orientados y sugestionados para ello hemos creído que el mundo abundante es aquel al que solo otros tienen acceso, negándonos irremediablemente a disfrutar de ello. La educación, la cultura va en esa misma línea: la estandarización. Por ello, el que sale de la caverna verá un mundo nuevo, estimulante y abundante que los habitantes del viejo paradigma no comprenderán y, por tanto, censurarán a quienes osen descubrirlo.

 

Al acabarse las posibilidades químicas tuvo lugar otro despertar, que el espiritu humano es más poderoso que cualquier droga y que eso es lo que debemos alimentar, con trabajo, ocio, amistad y familia, que son las cosas importantes, las que habíamos olvidado, las más sencillas.

Oliver Sacks

Nuestra misión es salir de ese cuerpo enfermo, paralizado para vivir simple y llanamente como merecemos, tal y como hemos sido llamados a habitar. Tenemos que proveernos de las medicinas (herramientas) para alcanzar la salud (libertad).

El cerebro, que solo busca sobrevivir, se sentirá cómodo ante la pasividad, la falta de inquietud y, por tanto, de riesgos. La química de los neurotransmisores viajará entre las neuronas para proporcionarnos placer en la no acción. Nos proporcionará una situación melancólica que, como diría Víctor Hugo, no es otra cosa que el placer de estar triste. 

Ser feliz y ostentar libertad requiere coraje. Coraje, de corazón.

El doctor Sacks lo sabía. Conocimiento más Corazón. Este es el secreto.

Juan F. Ballesteros
músico y escritor

Música de cristal

Dijo el poeta: nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.

Inmersos en una situación que desafía nuestro límite cognitivo bregamos por mantener intacta la inmaculada dignidad. Para ello no nos faltan recursos creativos para, acaso, domesticar nuestros días  en los términos que nos concede la vida.

La tecnología, la que de momento no es capaz de sacarnos del pozo, mantiene tangentes de orden asociativo. Nos mantiene conectados, más que nunca alcanzables como si de un solo soplo todos fuésemos hologramas. Y no es baladí la oportunidad, pero como siempre, el uso determinará nuestra fuente de inteligencia. 

Lo efímero toma cada vez más el cariz de eterno. La comunicación presencial cada vez es más valorada precisamente por su escasez. Y en estos momentos la literalidad tecnológica, aparentemente, se queda.

Si bien nos está dando un servicio de supervivencia social cabe pensar en las posibles consecuencias post pandemia. Si la virtud que nos ofrece en estos momentos no estará condicionando un futuro menos humano.

La música, no sería la primera vez, se quedará para el final. Al no ser esencial para  el grueso de la sociedad, permanecerá confinada hasta el último momento. Por eso, los intentos desinteresados de mostrar una actividad musical si bien son loables están socavando cualquier conato de dignificación de nuestro arte.

Un ejemplo esclarecedor es la ausencia de grandes nombres. Directores, cantantes, instrumentistas… más allá de las obligaciones contractuales de algunos colectivos en pos de mantener la actividad salarial, se han replegado en una silenciosa retirada para rehacerse y recrearse en la producción de nuevos retos de futuro. 

Mientras, un ejército de advenedizos, muchos de los cuales no habían creado nada útil hasta ahora, nutren las redes sociales con su tormentosa aportación a la música, mal producida y peor ejecutada. ¿Es la multipantalla la herramienta adecuada para sobresalir? Lo es, pero no necesariamente en positivo.

Los coros ostentan el ranking de producciones multipantalla lo que ha llevado a que el ya de por sí maltrecho instrumento, socialmente desconocido en su grandeza y, por lo tanto, denostado, siga excavando su propio pozo de descrédito. No se ha podido elegir peor momento para difundir una imagen diezmada y condicionada por la precariedad.

Mientras, un ejército de advenedizos, muchos de los cuales no habían creado hasta ahora nada, nutren las redes sociales con su tormentoso producto, mal producido y peor ejecutado.

Más allá del sonido que se aleja de la realidad privando al oyente de la sublime belleza que supone la superposición de sonidos vocales, de la discrepante afinación, de la coordinación afectada y, sobre todo, la graciosa aparición de los directores batiendo el aire, la exposición multipantalla no solo no avanza en su camino de crear adeptos y llegar más claramente a quienes no conocen el coro si no que mina el posible camino que les unía. 

¿Es esta la nostalgia que estamos creando para el futuro? ¿Estamos fomentando sin darnos cuenta un formato de continuidad post pandemia? ¿Acaso, como ya sabemos, este procedimiento no suple en absoluto la verdadera tarea y gozo de cantar? ¿Es tanta la necesidad de exposición?

¿Qué diría Freud?

Juan F. Ballesteros
músico y escritor (afectado)

El arte de entretener

Quedó en el pasado la máxima de tener conciencia de clase. Ahora, bastaría con que se tuviera alguna clase de conciencia. 

Los músicos hemos transitado a lo largo de la historia por la dualidad de estos conceptos. Las clases de músicos y la clase que como músicos ocupamos dentro de la gran escala social.

En la edad media y, sobre todo, en el renacimiento pertenecer a una orden en calidad de maestro, cantor o instrumentista estaba absolutamente exento de privilegios, tanto es así que aquel que no se ajustase al canon demandado era objeto de severos correctivos económicos, cuando no la expulsión del puesto de trabajo adquirido, todo sea dicho de paso, sin ninguna obligación ni derechos contractuales derivados.

En el barroco y clasicismo no era muy diferente. Músicos como Bach, Mozart o Haydn estaban bajo el yugo de la corte o la capilla donde ostentaban una jerarquía compartida con cocineros, mozos de cuadras o jardineros. Solo bajo la contratación de un empresario y músico de la época, gozó Mozart de ciertos privilegios y libertades. Este empresario no era otro que el ínclito y nunca bien ponderado Antonio Salieri.

Entre los casos más flagrantes de presión laboral se halla el de la castración como forma de esclavitud severa para que los niños cantores pudiesen seguir ejerciendo su oficio en las capillas, toda vez que las mujeres tenían prohibida su participación activa en las misas.

Es decir, una atrocidad como la de no permitir cantar a las mujeres conllevó la creación una criatura insólita representada por los castrati.

La estandarización o mimetización de los músicos ha sido históricamente una constante y premisa para su escasa reputación. De alguna forma, ha sido esencial no llamar especialmente la atención y así evitar toda opción de emerger entre la clase dominante de las diferentes épocas.

La falaz excusa de vestir de etiqueta en un evento elitista cuando el elitismo estaba en la grada y no en escenario, ha creado una tendencia en el ultimo siglo y medio en cuanto la uniformidad de los músicos en los conciertos.

Quedó en el pasado la máxima de tener conciencia de clase. Ahora, bastaría con que se tuviera alguna clase de conciencia.

El músico no debe destacar, no debe osar erigirse como un intelectual artístico como sí pueden hacerlo con mayor margen de permisibilidad social pintores, cineastas, escritores…¡o cocineros!

Hoy en día, el panorama no ha cambiado demasiado. Durante décadas, los profesores de escuelas de música de nuestro país han desarrollado su labor docente dentro del convenio de peluquería o minería con el consentimiento tácito de todas las partes lo que ha invalidado la queja y, en consecuencia, la reparación.

En muchos eventos con la participación anecdótica de la música como complemento decoroso del acto, se exige que los músicos neutralicen su uniformidad para que no haya distinción alguna entre el camarero, portero, seguridad o pianista.

Una atrocidad como la de no permitir cantar a las mujeres conllevó a la creación la criatura insólita de los castrati.

No obstante, seguimos con la empecinada insistencia de que el músico precisa un estatuto propio, una significación de su profesión cuando no un sueldo acorde a su formación humanística y artística.

No nos damos cuenta (los músicos) que todavía somos deudores de nuestro silencios, de nuestras concesiones y pleitesías. De que somos responsables de nuestros lodos cuyos polvos ahora aventamos.

El derecho no se pone en cuestión sino el bagaje y todavía vigencia de actividades serviles y de escaso valor artístico como bandera del gremio musical que anula de facto toda reivindicación seria.

Quizás la sobrevenida e inesperada situación nos brinde acaso una excelente oportunidad para revisar todo nuestro ideario y reflexionar con cierto retiro y salubre silencio sobre la nuestra verdadera realidad.

Esta dependerá sin duda de romper con viejos y caducos paradigmas que no hacen sino dar razones sólidas a quienes solo nos ven como buffoni, tan solo por nuestra contribución al entretenimiento. ¿Lo cambiamos?

Juan F. Ballesteros
músico y escritor (afectado)