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Al son de Ibiza

Como cada año, resuenan en Ibiza los ecos de las diversas formas sonoras, sonidos para todos los gustos y tendencias, ritmos para bailar o para contemplar, escenas musicales prosaicas o poéticas. Y en ese magma sonoro se abre paso como una quimera alada, como un ser simbólico, como configuración de una realidad lejana, la música que sueñan los soñadores imposibles. 

Si tuviera que elegir una puesta de sol ideal en cualquiera de las playas oeste de Ibiza, esta sería escuchando Op. 131 de Beethoven pero respeto -como no podría ser de otro modo- a quienes reciben el ocaso del día a golpe de tambor. El gusto, es absolutamente subjetivo y por tanto personal, intransferible e inviolable.

La opinión propia, por tanto, no debiera ser óbice para juzgar inclinaciones ajenas. En todo caso, existe la posibilidad de alejarse de aquello que no se ajusta a la experiencia estética individual; la libertad no es otra cosa que poder elegir y en este lado del mundo todavía se puede.

¿Quién, acaso, osa erigirse como guardián de la verdad? La diversidad ha sido determinante en la prosperidad de la isla y el pensamiento único solo puede ser un freno letal (tanto en uno como en otro sentido).

El gran director de orquesta Ricardo Mutti lo dijo: “el problema de nuestra sociedad es que se confunde ocio con cultura”. Y no puedo estar más de acuerdo sin que aspire por ello a que mi opinión compartida eche raíces. La diferencia podría consistir, reduciendo mucho el argumento, en que lo primero es puramente lúdico y hedónico mientras que lo segundo es trascendente y catártico. Ambos conceptos son necesarios y complementarios.

El ocio se festeja colectivamente y la cultura tiene su acomodo en la urdimbre de la intimidad. Hecha la diferenciación, no obstante, difiero cuando en Ibiza se alega en contra de determinadas manifestaciones sonoras, aun respetando el argumento y compartiéndolo en parte, me parece pretencioso sentar cátedra sobre el uso y disfrute del ocio de terceros. En todo caso, correspondería conformar un producto de alta calidad que despierte el interés de los consumidores de cultura de Ibiza, independientemente de la estación del año, haciendo de esta búsqueda el principal reto de los músicos de evolución clásica para no seguir cediendo a los impulsos de una desprofesionalización inminente del oficio del músico.

Desde este personal y, por tanto, discutible punto de vista, creo en una isla próspera y diversa donde florezcan y se retroalimenten opciones que den acceso a la cultura musical comprometida. En Ibiza existe esta opción liderada por un grupo músicos entusiastas y sin complejos que hacen de la música clásica su día a día, que luchan todos los meses del año, a pie de obra y con el viento de proa para ofrecer lo mejor de sí mismos, que hacen de la carencia virtud y que cambian la queja por aplaudir aquello que sí suma, que riegan la semilla del esfuerzo con paciencia e ilusión aunque el terreno se les antoje yermo, que llevan a cabo sus sueños aunque parezcan imposibles, que comparten en lugar de competir y que, sobre todo, no juzgan a quienes loan a otros ídolos.

El gran escritor Lewis Carroll lo dijo: “En un mundo en constante movimiento, el que se queda quieto, retrocede”.

Juan F. Ballesteros
músico y escritor

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