La diversidad sociológica que supone una Banda de Música no tiene parangón en la sociedad en general. Grupos formados por músicos amateurs (amantes) en su mayoría que representan un grupo humano absolutamente ecléctico. Niños, adolescentes y adultos, diferentes niveles musicales (desde los antedichos amateurs hasta profesionales), estratos sociales, credos religiosos, tendencias políticas, … conviven con el único objetivo común de atender a la emoción de la música.

La diversidad atañe cada vez más al poder adquisitivo de sus miembros. Aquellos que pueden permitirse un instrumento de mayor calidad o quienes deben conformarse con las numerosas ofertas del mercado oriental o en las unidades residuales que todavía aguardan en los almacenes de las sociedades musicales.

Con todo ello, el director o directora debe construir un sonido sensible tanto para los músicos como para el público. Los ítems de belleza a los que se pretende llegar van desde la unificación rítmica (que todos los músicos consigan una coordinación global), planos sonoros (aquellas diferencias de intensidad de sonido entre cada una de las partes de la Banda), la interpretación (aquello que el director o directora extrae del mensaje escrito del compositor) o -en un mundo cada vez más visual- la puesta en escena más o menos estética, innovadora, colorista o distributiva del conjunto.

No obstante, hay un ítem de irremediable belleza al que debiéramos atender con mayor atención en tanto que su perfecta realización potencia los factores anteriormente mencionados. Este aspecto no es otro que el de la afinación o entonación fina.

La diversidad atañe cada vez más al poder adquisitivo de sus miembros. Aquellos que pueden permitirse un instrumento de mayor calidad o quienes deben conformarse con las numerosas ofertas

La diversidad de instrumentos (calidades, marcas, modelos, antigüedad…) son determinantes para atender correctamente el trabajo quasi artesanal que supone afinar una Banda. En no pocos casos y debido a esta amalgama de instrumentos sin conexión constructiva entre ellos la afinación de una Banda es poco menos que una quimera o, más justamente, un reto por parte de los directores y directoras. 

Histórica o tradicionalmente, se ha dejado la afinación para los momentos de lucimiento (conciertos, pasacalles, grabaciones…) como si fuese algo secundario o que no tuviese un apego en el resultado bello de la música. Unas veces se da por imposible o se crea un conformismo por una afinación aproximada. Otras, se cae en la contradicción de afinar sin un criterio personalizado a cada realidad bandísitca (factores humanos, acústicos, climáticos o identitarios) y cediendo la responsabilidad de afinar bien una Banda a la tecnología de una aparato de afinación electrónico. 

El sonido como ente responde a cuestiones físicas variables y, además, en su sustancia aritmética comparte similitudes con la estructura biológica del ser humano. Por tanto, podemos concluir que la música es un ente vivo que responde a estímulos externos alterando así los internos.

Histórica o tradicionalmente, se ha dejado la afinación para los momentos de lucimiento (conciertos, pasacalles, grabaciones…) como si fuese algo secundario o que no tuviese un apego en el resultado bello de la música.

Todo ser vivo conocido tiene una estructura morfológica y biomecánica basada en los mismos principios que rigen la naturaleza de los armónicos. Siendo así, la afinación de una Banda no puede ser confiada a un aparato que no atiende al factor natural aludido. Una Banda absolutamente alineada con la indicación mecánica no estaría per se afinada si no se atienden otros factores alícuotas a la producción del sonido.

Lo primero que un director o directora deben atender es a la organología de cada instrumento y, mucho más que esto, a la destreza del músico a dominar la mecánica de su instrumento, puesto que la afinación no responde a factores puramente individuales sino a la capacidad empática de establecer relaciones armónicas con otros instrumentos y secciones. La afinación basada en la combinatoria en la digitación no es válida. Aún atendiendo a esta, sería sospechosa de ser escasa dependiendo de la calidad de los instrumentos o al bagaje de los instrumentistas. 

La música es un ente vivo que responde a estímulos externos alterando así los internos.

Los sentidos han cambiado su jerarquía en las últimas décadas. Vivimos en una era absolutamente visual y táctil, donde el sentido del oído ha ido mermando en su capacidad más fina. Uno de los factores es el de la progresiva compresión de la música en factores digitales.

Desde el vinilo hasta el mp4 se han ido reduciendo los armónicos de los registros fonográficos llegando a domesticar el oído hasta privarlo de apreciar sutilezas extremas. El sentido más precioso del músico se ha ido banalizando ya desde los nuevos planes educativos en escuelas de música y conservatorios.  

En otros orgánicos como el Coro y la Orquesta no ha sido tan dramática esta transición en nuestra realidad musical debido a que la conquista de la afinación es un elemento constante en la construcción del sonido. En la Banda, sin embargo, la mecánica pretende alcanzar los resultados que solo el oído entrenado es capaz de lograr mediante la modificación y reajuste constante durante el devenir musical.

El cambio más evidente ha sido sin duda el acercamiento que los más jóvenes han tenido al lenguaje musical (antes solfeo). Cualquier músico amateur veterano en cualquiera de nuestras Bandas tiene adquirida una destreza solfística importante, no solo en cuanto a la métrica se refiere sino -sobre todo- al concepto de entonación que la disciplina requiere. Sin embargo, es cada vez más difícil que las nuevas generaciones ostenten un dominio del solfeo cantado.  

Una Banda absolutamente alineada con la indicación mecánica no estaría per se afinada si no se atienden otros factores alícuotas a la producción del sonido.

Este es precisamente el quid de la cuestión: si un fragmento musical no puede ser cantado no podrá ser afinado. El sonido requiere una constante atención y adaptación. Una escucha atenta para modificar en cada momento la relación armónica con el resto de la Banda. Una flexibilidad a la hora de modificar la entonación más allá de la combinatoria mecánica. Y todo ello, obviamente, forma parte del entrenamiento diario que todo director o directora deben poner como valor de su aportación artística y formativa.

Las escalas tendrán sentido si se atiende a la diferenciación entre tono grande y tono pequeño. Si los semitonos son considerados de modo diferente según su función armónica. Así mismo, el trabajo realmente eficaz consistirá en la edificación acórdica en sonoridades bemolizadas entre los diferentes registros de la Banda.

Obviar cualquier relación interválica basada en el piano para construir intervalos de quintas naturales donde el empaste de los armónicos propicia sonidos más sólidos y dinámicas más brillantes. Afinar las terceras lejos de la asociación temperada, es decir, las terceras menores algo más altas y las terceras mayores algo más bajas de lo que suponemos según el piano. La mejor herramienta que el director o directora deben dominar es el uso del diapasón de horquilla como referencia inefable e infalible.

Un trabajo constante y enfocado dará un mayor carácter pedagógico a los ensayos y, por tanto, una mayor recompensa en la actividad artística de las Bandas.

Juan F. Ballesteros
músico y escritor