Globalización y Cultura

En la filosofía y en la vida nada hay más sospechoso que la evidencia. Nuestro pensamiento está construido sobre los cimientos de la lógica greco-latina, cuna de nuestra evolución conceptual y, por tanto, cognitiva. El marco de percepciones al que podemos aspirar – al contrario de lo que ocurre en corrientes de pensamiento más antiguas y lejanas- se basa en la constatación (evidencia del pasado) y no en la intuición (evidencia del devenir).

A pesar, o gracias, a esta dicotomía y sobre todo bajo la concepción de tomar partido por una de ellas, entendemos que la primera alude al ciudadano pensante occidental, tendente a buscar verdad en lo que se repite y lo que entendemos que, en base a la lógica de la historia, se repetirá, sin que por ello se ceda a la especulación conceptual al margen del rigor empírico. Leer la Historia es entender los acontecimientos sin obviar su capacidad de reproducirse. 

Desde el punto de vista del positivismo, solo lo acontecido -en tanto que constatado- tiene sustancia de hecho, de verdad, de evidencia. El paradigma del pensamiento oriental, sin embargo, otorga a la evidencia del devenir el mismo rango de valor a través de la intuición basada en la lectura vectorial de la Historia bajo el manto de la transformación o de su proceso.

Esta visión del mundo del pensamiento define los acontecimientos como hechos mutables que contienen en cada instante su auge y su decadencia en procesos de transformaciones serenas, en contraposición con el pensamiento occidental moderno que solo atiende al instante retroactivo. Dicho de otro modo, lo que para nuestra cultura de pensamiento solo está frío antes de transitar hacia un estado de calor, para la configuración de la mente oriental aquello que en su auge se considera frío ya contiene su declive en su transformación silenciosa que, a su vez, alberga un nuevo auge y, por tanto, su nuevo declive. Por lo tanto, nada es eterno excepto el cambio, nada existe en el presente sin la presencia de su contrario.

El mundo de la arte y muy especialmente de la música, aun conectando con las emociones superiores sigue con un paradigma basado en la linealidad de la historia sin caer en la cuenta de lo que puede leerse como entropía, como un marco anárquico de posibilidades donde la opción que emerge no se ajuste necesariamente tanto a la razón como a la intuición. Esta polaridad es necesaria como preámbulo inefable de construcción del diálogo. Sin posiciones enfrentadas un diálogo verdaderamente profundo y eficaz no será posible. Dia (distancia), logo (consciencia humana).

La globalización, entendida como la adquisición formal de todas las posibilidades pone, sin embargo, límites a ciertos sueños y rompe toda esperanza de sorprendernos. Hemos conocido, por tanto, los confines del Ser racional. Como se ha dicho, el auge contiene el declive y este de nuevo el auge en un proceso sin fin. Simbólica o metafísicamente, el Ser consciente ha de (re) nacer (auge) al morir el Ser racional (declive).

¿Y cuál será el lenguaje entre la nueva dicotomía del ser en esta transformación silenciosa que se produce en el devenir y a espaldas de nuestra acción racional? Sin atisbo de duda, el Arte, la Cultura.

El Ser consciente será un Ser Cultural que tendrán un papel fundamental en la transformación y proceso social que se está produciendo en el mundo. Como es sabido (aunque no siempre aprehendido) nada es en sí mismo sin el pensamiento, sin el proceso ligado irremediablemente a la transformación sostenida por la cultura.

Cabe en este punto analizar con pensamiento amplio la acción del arte y de la cultura en las grandes revoluciones y no, como el pensamiento racional nos dicta, como consecuencia. Sin deslegitimizar los movimiento sociales o políticos ¿se habría dado en tiempo y forma la revolución económica e intelectual a finales del siglo XVIII sin la acción de Beethoven, Goya o Goethe? En todo caso, el esfuerzo de validar esta formulación no será mayor que su contraria.

Un gran proceso histórico cultivó una transformación silenciosa que albergó en su cumbre la simiente de la decadencia. Esta alternancia entre auge y declive no es más que una ilusión creada en nuestra mente occidental incapaz de definir más allá del instante. El pensamiento oriental, por contra, nos permite observar la transición como fluido histórico en continuo proceso, de modo que nada es como nuestros sentidos imperfectos nos prescriben, sino que se es de un modo y de su contrario tal y como la física cuántica puede constatar o, al menos, formular.

El mundo del arte, se dice, está en constante crisis. De ser así, solo nos restaría acontecer a un advenimiento de prosperidad ya que la decadencia fermenta el auge. Pero quizás ese advenimiento ya ha llegado en forma de desafío o, acaso, como una oportunidad recurrente de redención para la Humanidad conteniendo en sí misma las soluciones.

El arte construye cada tramo de la historia humana y hoy nos encontramos frente al advenimiento de un nuevo paradigma vital donde para aquellos que hagan la lectura adecuada se les ofrece un camino fértil para seguir fraguando el lenguaje global de la cultura que nos lleve a una nueva era, a un estadío superior de la civilización.

Juan F. Ballesteros
músico y escritor

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